Mientras media España relaciona el verano musical con el atuendo festivalero de rigor (camisas lo más hortera posible, brillos en la cara y gorros de paja), los coruñeses son conscientes de que, en ocasiones, es necesario prácticamente acudir con un kit de supervivencia para resistir a dos horas al aire libre. Y, si no, que se lo pregunten a quienes el sábado acudieron al puerto y Santa Margarita para disfrutar de los conciertos de Arde Bogotá e Il Divo. Casi 20.000 personas necesitadas de protección contra la pulmonía, y que finalmente acabaron por agotar las existencias de chubasqueros de usar y tirar. Literalmente.
Los más optimistas, o aquellos que no manejan ni las previsiones ni lo cambiante del tiempo coruñés, confiaron en la calma que se mantuvo hasta pasadas las 19.30 horas. Sin embargo, con las primeras gotas de lluvia y en vista de la espera y el concierto que les quedaba por delante, se encendió la luz de alarma. Así, los bazares del entorno de Santa Margarita, la plaza de Pontevedra, el puerto y hasta la calle Real se llenaron de demandantes de esos llamados ponchos de bajo coste (entre 1 y 2 euros) hasta que no quedaron más. El miedo a la mojadura y la creciente intensidad del chaparrón (acabaría por obligar a detener uno de los dos espectáculos) hizo que adultos más bien en edad de ser abuelos comprasen tallas de niño. “Me lo pongo aunque sea de turbante”, bromeó uno. Eran las últimas existencias y la única forma de aguantar el chaparrón.
Fue una situación parecida a la de cuando un fumador empedernido se queda sin tabaco. “Oye, perdona, ¿dónde lo conseguiste?”, se preguntaban unos a otros en un bar de la calle Palomar. “Están agotados en todos lados, igual en la plaza de Pontevedra queda alguno”, contestó otro. El interesado apuró la cerveza de un trago y marchó rápido a por provisiones. Volvió sin botín y, lo que es peor, con cara de pánico por la que le esperaba. Lo de los chubasqueros es también cuestión de respeto, ya que el paraguas, además de incómodo, reduce la visión de los demás. Hubo quien también optó por ‘hacer brazo’ durante dos horas de incesante castigo desde el cielo.