Coruña Insólita | El solitario pedestal de la calle San Francisco que lleva décadas vacío

Una cruz de hierro, conocida como la Cruz de los Caídos y diseñada por Rafael Barros Merino, coronaba la base de piedra que en la actualidad no guarda ningún recuerdo de lo que sostenía
Coruña Insólita | El solitario pedestal de la calle San Francisco que lleva décadas vacío
El pedestal, vacío, en la actualidad | Quintana

A Coruña es una ciudad que se distingue por honrar a sus ilustres con una calle, una placa en la casa donde nació o donde vivió o, en el mejor de los casos, incluso con una estatua. Podría decirse que los coruñeses tenemos en un pedestal, literalmente, a personas como María Pita, Curros Enríquez, Arsenio, Breogán o John Lennon, por poner solo algunos ejemplos. Algunos, como sucede en el caso de Isabel Zendal o Pucho Boedo, incluso, por partida doble. De todos ellos recordamos las estatuas, las esculturas, pero pocos se fijan en lo que las sustenta, que siempre queda en un segundo plano. Sin embargo, hay un caso concreto en el que la base es lo que destaca porque, en realidad, es todo lo que hay: es el pedestal vacío de la calle San Francisco, en la Ciudad Vieja.  


Hace ya varias décadas que está así, para deleite de los que han jugado en alguna larga noche de tragos a subirse encima y fingir que el Ayuntamiento, por fin, les ha dedicado una estatua. Otros, igual de graciosos, bromean diciendo que, en realidad, se trata de un monumento al hombre invisible.  
 

En la piedra, nada permite averiguar qué es lo que había encima: no hay ninguna placa, ni grabado, ni nada escrito que pudiera dar una pista. Ni siquiera hay una marca dejada por el peso del monumento o una diferencia de color que permita averiguar a qué servía de soporte. Tan solo hay unos enganches de hierro oxidados a los lados. 


Lo cierto es que, con el paso del tiempo, solamente los más mayores recuerdan qué es lo que había antes ahí. No era una estatua, ni tampoco un monumento, sino una cruz. Una cruz de hierro forjado que se conocía como la Cruz de los Caídos

 

Historia de la calle

Ese pedestal, que lleva décadas vacío, no siempre ha estado ahí. De hecho, en ese pequeño espacio ajardinado donde se ubica, hace un siglo, había viviendas. Eran las casas de los números 3, 5 y 7 de la calle San Francisco. Eran propiedad de Julio Almoyna pero estaban en muy mal estado y, en 1911, son expropiadas por el Ayuntamiento, que quería realizar una alineación en esa calle y adecentarla, tal y como figura en el expediente que se guarda en el Archivo Municipal. En 1923, después de varios trámites con el Ministerio de Guerra, que pretendía ampliar el edificio dedicado a utensilios militares, una de cuyas fachadas daba a esta calle, se produce el ensanche de San Francisco que, por entonces, era una vía estrecha y antihigiénica.  
 

En 1950, con Alfonso Molina como alcalde, el Gobierno local emprende una pavimentación en condiciones de la calle San Francisco y en las imágenes de esa época puede verse que, en el lugar que antes ocupaban las casas de la acera impar, había una especie de jardín en miniatura o, más bien, un pequeño recinto con hierba, pero sin rastro todavía ni de pedestal ni de cruz
 

Cruz caidos calle san franciso
La cruz, sobre el pedestal, en una imagen de archivo | Archivo El Ideal Gallego

 

Ni en el Archivo Municipal ni en las hemerotecas hay datos sobre el momento en el que se instala el pedestal y la cruz que llevaba encima pero, a partir de 1951 se suceden cada año en este lugar los homenajes a Franco y al fundador de la Falange, José Antonio Primo de Rivera. 


Esta es la Cruz de los Caídos permanente porque, desde el final de la Guerra Civil, se instalaban cruces con este nombre aunque eran provisionales y se montaban en lugares como la cuesta de San Agustín, los jardines de Méndez Núñez o la plaza de María Pita.

 

Obra de Barros Merino

De lo que sí ha quedado constancia es de la persona que diseñó la cruz de hierro forjado. Fue el delineante Rafael Barros Merino, director de la Escuela de Artes y Oficios y asesor artístico durante cincuenta años –y treinta alcaldes– del Ayuntamiento. 
 

Entre las numerosas obras que dejó Barros Merino a lo largo de su prolífica carrera se encuentra el primero trofeo Teresa Herrera, del cual hizo varias versiones diferentes, y también el Conde de Fenosa, o la puerta de la entrada del Palacio Municipal de María Pita. También diseñó el libro de oro de la ciudad, la medalla de honor, el lujoso restaurante Petit Lhardy, que estaba en el número 45 de la calle de la Galera, varias farolas artísticas, como las de la plaza de Santo Domingo, o la corona de la patrona de la ciudad, la Virgen del Rosario.
 

También se encargaba de hacer cada año las fallas y las carrozas de la Batalla de Flores, así como los carteles que anunciaban las fiestas de la ciudad. Uno de sus últimos trabajos antes de morir, en 1968, fue el monumento a Alfonso Molina. 
 

Rafael Barros Merino realizó el diseño de esta cruz que, según aseguran los más veteranos de la Ciudad Vieja, se forjó en los talleres de la Real Maestranza de Artillería de A Coruña, muy cerca de donde acabaría instalada finalmente. 


Hace ya muchos años que desapareció la cruz de hierro de la calle San Francisco y pocos recuerdan qué era exactamente lo que había colocado allí encima. Solamente queda el solitario pedestal, al que nadie parece haberle encontrado una nueva utilidad. 

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