En una ciudad que hoy permite visitar exposiciones de todo tipo cuesta pensar el impacto que tuvo el que podemos considerar como el primer museo coruñés. Era una colección privada, ecléctica como solían ser los criterios de los coleccionistas de la época, y se podía visitar en el edificio que, aunque con alguna reforma, continúa en el número uno de la plaza de Mina.
El Museo Romero Ortiz fue, desde 1884 y hasta 1919, uno de los puntos obligados de visita en A Coruña, lleno de multitud de tesoros que maravillaban a quienes recorrían sus salones.
Antonio Romero Ortiz era un intelectual santiagués y uno de los coleccionistas más importantes en España en la segunda mitad del siglo XIX. Con los objetos que reunió, fundó en 1870 en Madrid, en la calle Serrano, el Museo Romero Ortiz. A su muerte, en 1884, dona sus bienes a su sobrina, Josefa Sobrido, quien traslada la colección hasta A Coruña movida por su amor a Galicia.
En agosto de 1884, el museo estaba funcionando en la casa de la plaza de Mina que hoy está coronada por la estatua de la Unión y el Fénix. En 1888, Juan Ruiz, marido de Josefa y encargado del museo, compiló en un catálogo las maravillas que se podían ver en el museo y que recogía Robustiano Faginas en su ‘Guía-Indicador de La Coruña y de Galicia para 1890-91’.
Se exhibían armas de la edad de piedra, hachas celtas, la cota de malla con la que el capitán Rivadeneira conquistó Granada, espadas del general Castaños en la guerra de la Independencia o de Narváez, Ceballos o el duque de Ahumada. Había también un sable del Empecinado, un arma que perteneció a Garibaldi o el puñal con el que Juan Oliva atentó contra Alfonso XII. Entre las armas de fuego se exhibían algunas del general Torrijos, la que el teniente coronel Solís, fusilado en Carral, usó en la revolución gallega de 1846 y un cañón de bronce de Espoz y Mina.
En la segunda sección se mostraban un estandarte usado por los Reyes Católicos en 1490, casacas de Espoz y Mina, Narváez y O’Donnell, entre otros, un fajín de Espartero y otro de Carlos de Borbón; las charreteras que lució Isabel II la única vez que pasó revista a las tropas vestida con uniforme de capitán general y la gorra que el gallego Casto Méndez Núñez uso en el Pacífico. También incluía un sello de plata y marfil del general gallego Antonio Quiroga y un pisapapeles hecho con proyectiles de las batallas de Marengo, Wagram y Austerliz de Pedro V de Portugal.
En la colección mixta sobresalía una servilleta de María Antonieta, la pipa del diestro Pepete, el cuello de camisa, manchado de sangre, que vestía al morir Enrique de Borbón en su duelo con el duque de Montpensier, un peine de Amadeo de Saboya, los grillos que tuvo puestos Mariana Pineda y el garrote con que fue ejecutada, la cuna de Isabel II y un retrato del bandido Sacamantecas.
En 1910, fallece Juan Ruiz. El diario 'El Noroeste' se refería a él como "un hombre de una cultura extraordinaria", cuya muerte causó "una honda pena en la población en donde todos le querían y le apreciaban". Con su fallecimiento, el museo pasa a depender únicamente de su viuda, que manifiesta su intención de llevárselo a otro lugar. Hay negociaciones para trasladarlo a Compostela y así lo refleja en sus páginas 'El Eco de Santiago', que habla de las conversaciones de Sobrido con el rector de la Universidad, Cleto Troncoso. Sin embargo, en 1914 es donado a Toledo para que forme parte del Museo de Infantería. 'El Eco Toledano' publica la noticia el 16 de febrero de ese año bajo el significativo titular de "Grata noticia".
Los coruñeses intentan que estos tesoros se queden en la ciudad. Se crea una comisión con este cometido, en la que participa, entre otros, Manuel Murguía, y el alcalde accidental, Gerardo Abad Conde, intenta sin éxito convencer a Josefa Sobrido.
Finalmente, en 1919, tras la muerte de la propietaria, se cumple su legado. El teniente coronel de Infantería Hilario González se desplaza hasta A Coruña para supervisar el traslado y, a finales del mes de febrero, quedan todos los bienes embalados y listos para emprender el viaje. Setenta bultos de gran tamaño formaban la expedición que se mandaría al Alcázar. El 13 de julio de 1922 se inaugura el Museo Romero Ortiz en Toledo. Durante la Guerra Civil, tras los ataques y el asedio que sufrió el edificio, la colección quedó bastante mermada.
Hoy en día, el Romero Ortiz es una sala del Museo del Ejército, que abrió sus puertas en 2011. En este espacio se exhiben piezas de arte oriental, armas africanas, uniformes, un magnífico ejemplar de armadura japonesa, documentos y una amplia colección de medallas. Poco queda de aquellas maravillas que se mostraban hace más de un siglo en A Coruña, pero ese recuerdo pervive en el Alcázar de Toledo.
Además de las curiosidades, la pieza estrella del Museo Romero Ortiz era el Matiabo (Rey de las Selvas), “ídolo cogido a los negros de la manigua de la guerra separatista cubana”, que era de origen africano, explicaba Faginas.
El ídolo en cuestión es “de madera oscura, toscamente labrada”. Tiene incrustados dos filetes de oro y tres tachuelas ordinarias de cabeza dorada. Los ojos se imitan con vidrio y en el pecho tiene una abertura para colocar una especie de cuerno tapado con un pedazo de espejo en el cual, según explicaba Faginas, “veía Matiavo venir a los españoles”.
Según explica Elena Pardo en el libro ‘Picasso Azul y Blanco’, “podemos dar por seguro que Pablo, quien en el futuro atesorará una gran colección de arte africano (que incluirá una escultura de la etnia Suku de la República Democrática del Congo y una figura femenina Punu-Lumbo de Gabón, ambas muy similares al Matiabo), acudirá a este museo, situado a solo 350 metros de su casa”.
La estatuilla era tan exótica y novedosa que mereció la portada de una prestigiosa revista de la época, ‘La Ilustración Española y Americana’, el 15 de agosto de 1875.