Inaugurado en 1891, el monumento a Eusebio da Guarda de la plaza de Pontevedra, obra del escultor Elías Martín y Riesco y el arquitecto Faustino Domínguez Coumes-Gay, lleva la fama de ser el primero de este estilo que tuvo un personaje en las calles de A Coruña. Y, de los que todavía permanecen en pie, así es, pero hay otro prócer coruñés que mereció este honor previamente aunque su efigie no haya llegado hasta nuestros días.
Juan Martínez Picabia fue uno de los principales responsables de la llegada del tren a A Coruña. Hoy pocos lo recuerdan y otros, como Juan Flórez, que tiene una calle más grande, o Daniel Carballo, con una de las estatuas más majestuosas de los jardines de Méndez Núñez, son los que se llevaron los méritos de la conexión del ferrocarril con Madrid, aunque este coruñés fue un hombre indispensable en el proceso.
El Boletín de la Provincia de Lugo del 23 de febrero de 1857 se hacía eco del regreso de Picabia desde La Habana a su ciudad natal en donde, en poco tiempo, “unido a otros veinte acreditados capitalistas, formó una sociedad confidencial, que solicitó y obtuvo del Gobierno la autorización necesaria, por Real Orden de 30 de Junio de 1835, para hacer el estudio de un camino de hierro de Valladolid á la Coruña”.
En esa sociedad, tal y como publicaba ‘El Fomento de Galicia’ (un periódico “destinado a los intereses materiales del país”) había nombres como el de Eusebio da Guarda, Juan Flórez o la condesa de Espoz y Mina, la insigne Juana de Vega.
A su fallecimiento, en 1858, el Ayuntamiento de A Coruña decide otorgarle los honores que merecía por haber ayudado a conectar la ciudad con la Meseta.
Guarda el Archivo Municipal un expediente con las cartas que se cruzaron el Consistorio y la viuda. En ellas, Josefa Delmonico rechaza el traslado de sus restos mortales a San Amaro debido a que prefiere que permanezcan en un panteón en Madrid, junto a los de su hijo menor. A cambio, el Ayuntamiento acepta el busto que ella les ofrece.
Seis años después de la muerte del patricio, en septiembre de 1864, A Coruña celebra tres jornadas de fiesta por la adjudicación del ferrocarril anunciada con cohetes a las tres y cuarto (tres y media en Madrid) el día 19 y recibida en la ciudad como cuando hoy España gana el Mundial.
Y, en este contexto, recuerdan a uno de los hombres que más peleó por hacerlo posible. ‘Galicia: revista universal de este reino’ recoge así el acontecimiento relatando cómo fue aquel 20 de septiembre. “Durante la noche, cuando todos dormían, se ha levantado un monumento a la memoria del malogrado coruñés Picabia” en la “confluencia de las calles Acevedo (Real), Luchana (Riego de Agua) y San Nicolás”, en la zona que antes se conocía como plazuela de San Jorge.
El monumento constaba de tres cuerpos. El primero era una plataforma cuadrangular con los escudos de armas de A Coruña, Lugo, Ourense y Pontevedra. El segundo incluía la dedicatoria en letras de oro: “Á LA MEMORIA DEL MALOGRADO CORUÑÉS D. JUAN MARTÍNEZ PICABIA”. Sobre este se elevaba el tercer cuerpo, de forma cilíndrica, a modo de columna cortada, para sostener la peana y un busto, realizado por José Casá y que, según la revista, parecía mármol y que, “por medio de faroles de cristales de colores diversos, á la noche se verá iluminado”.
Sabemos el día y numerosos detalles de cuándo fue inaugurado el que sería el primer monumento público en A Coruña en honor a un personaje pero se desconoce cómo, cuándo y dónde acabó. Apunta el historiador Jesús Reiriz que seguramente acabó rompiéndose al ser de yeso y que, retirado al interior de la Casa Consistorial, acabaría perdiéndose en el traslado a María Pita. La estatua quedó en el olvido, al igual que el hombre al que representaba, del que no se conserva grabado alguno.
Una calle con errata y un nieto pintor que popularizó el apellido |
Juan Martínez Picabia había nacido en A Coruña en 1798. Emigró muy joven a Cuba, en donde hizo una importante fortuna gracias al cultivo de la caña de azúcar, que sería decisiva a su vuelta a Galicia para realizar los estudios necesarios para la llegada del tren. Según el retrato que hacía de él Juan Naya en ‘La Voz de Galicia’, era un entusiasta que dedicó sus mejores afanes a la construcción del ferrocarril entre A Coruña y Madrid. No consiguió vivir, ya no para ver terminada la empresa, sino siquiera empezada. Isabel II inauguró las obras con la primera palada de tierra en septiembre de 1858 y Picabia había muerto apenas unos meses antes. Falleció en el balneario francés de Bellevue, a donde habría ido seguramente a tomar los baños como se hacía en la época.
Además de colocar en un lugar céntrico el busto que regaló a la ciudad su viuda, Josefa Delmonico, el Ayuntamiento de A Coruña quiso también homenajear al benefactor colocándolo en el callejero coruñés. Sin embargo, a pesar de que él escribía su apellido con be, alguna errata cuyo origen se pierde en la historia, hizo que finalmente la calle, situada entre la plaza de Ourense y Compostela, acabase escrita como ha llegado a nuestros días, con uve. Aunque en A Coruña el más insigne a mediados del siglo XIX era Juan Martínez Picabia, quien acabaría haciendo mundialmente famoso este apellido sería su nieto, Francis. César Antonio Molina se refiere al árbol genealógico del pintor, estudiado por María Lluisa Borrás, en el que figura Francisco Martínez Picabia, hijo de Juan Martínez Picabia y Josefa Delmonico y embajador de Cuba en París. Este era el padre del artista vinculado a la vanguardia francesa que sí visitaba a menudo Cataluña o el País Vasco pero que nunca llegó a tener una relación con la ciudad natal de su abuelo. |