Existe toda una cultura de bar indisociable de la cultura popular nacional en general y coruñesa en particular. Lo es de tal manera que la crónica del gran apagón podría tener por banda sonora el ‘Nos vemos en los bares’ de Celtas Cortos primero y luego el cómo miles de ciudadanos prefirieron buscar ‘El calor del amor en un bar’ que ya relató Gabinete Caligari. Al igual que sucedió en la pandemia, la primera respuesta a los problemas tuvo una barra o una terraza como tablero y la necesidad de pasar el trago en sociedad como explicación. Así, el sector de la hostelería se ha convertido en muchos casos en el gran reforzado de un día en el que volvió a evidenciar su servicio público. “Al final, es una forma de ocio y con eso que tanto que reclaman los vecinos: con respeto. Todos acuden a las terrazas en situaciones así, incluso el que vive en el primero”, recuerda Alberto Méndez, propietario de Asador Coruña y directivo de la Asociación de Empresarios de Hostelería de A Coruña. “Visto lo visto, ha habido mucha gente que ha hecho el agosto”, añade.
Uno de los que pueden decir que con el apagón sacó brillo a los números es Emilio Ron, gerente de un conocido grupo hostelero y que, por ejemplo, en el bar Tortoni logró una caja que no había registrado en el último lustro. El punto de encuentro de A Coruña son los bares, que hacemos una labor social fundamental, pese a lo que diga la gente”, indica Ron, que se mantuvo abierto hasta pasadas las 02.30 horas y aportó también cierta seguridad a quienes temían quedarse atrapados en casa. “Hubo gente en la Torre Trébol que se quedó esperando a que se activasen los ascensores, con lo que eso significa. Somos un polo de atracción para gente que no quería estar sola en casa, que se encontraba mal o que tenía miedo”, reivindica. “La nota predominante fue la incertidumbre. La primera reacción es bajar al bar. También hubo gente que bajó a por agua, por estar los supermercados cerrados. Hablamos de algo tan fundamental como el agua”, reitera el empresario.
Si en alguna zona saben lo que es lidiar con los plomos bajos, que dirían los más veteranos, esa es La Marina. Los hosteleros entraron en 2023 con el fallo de un generador y, desde entonces, han sabido cómo curarse en salud. “Estoy planteándome seriamente poner una planta de generación para tener luz en todo momento, porque me tocan todas”, bromea Alberto Boquete, propietario de La Mansión 1783 y presidente de los hosteleros de La Marina. De hecho, de aquel mal trago aprendió a resignarse. “Echamos cuentas y decidimos que no íbamos a montar jaleo por eso”, dice.
Boquete, cuyo local es un referente en la organización de eventos, también saca pecho de un sector al que representa tanto como a título individual como a nivel asociativo. “Somos un motor económico y social. Al fin y al cabo siempre estamos ahí, aunque a veces se nos critique y podamos equivocarnos. Somos un punto de encuentro y un sitio al que acudir para juntarnos con gente y llorar las penas”, resume.
En cada barrio han quedado para el recuerdo momentos entrañables, como los clientes cantando y bailando Camela en la oscuridad de La Campana (Torreiro), los camareros con casco de runner en Quai (La Marina) o el El Trastero de Palmero (Eirís) repartiendo chorizo, jamón y queso a los vecinos, entre los que estaban Lucas Pérez y Coto Matamoros.
Y es que, en su día Coca Cola ya los calificó de ‘benditos bares’ y para muchos que combatieron la soledad dentro de ellos así fue, como si hubieran tenido que pasar toda la noche en la calle.