Todo comenzó como un lunes cualquiera. Tráfico matinal por el regreso al trabajo, los niños de nuevo en el colegio, los coruñeses haciendo sus recados. Pero de pronto, la vida se paró. Fue poco después de las doce y media. La luz se fue, pero esta vez, aunque todavía no lo sabíamos, no era un apagón al uso. Empezaban las más de trece horas sin luz en A Coruña.
Una de las señales que más alertaron a los coruñeses en un principio fueron las columnas de humo que salían de la Refinería, que podían apuntar a un accidente en ella. Sin embargo, pronto se descubrió que el fallo eléctrico era no solo en A Coruña y su área, sino en toda España (además de Portugal y parte de Francia) y que el humo se debía a la forma en la que la planta de Repsol se protegía de la avería.
Los primeros grandes damnificados fueron las personas que se quedaron atrapadas en ascensores sin energía, que obligaron a los Bomberos a salidas continuadas.
El apagón también dejó sin servicio transportes básicos como los trenes. San Cristóbal se paralizó entre la incertidumbre por no saber qué ocurría ni cuándo se solucionaría.
Porque uno de los mayores problemas, además de la propia falta de electricidad, era que no había información. Nadie sabía qué había pasado en un apagón general inédito en toda España y sus países vecinos.
El civismo y la tranquilidad permitieron que la situación no se desbocase y servicios públicos como los autobuses, que no eran dependientes de la electricidad, funcionaron sin problemas.
El Ayuntamiento, sin embargo, pidió a los coruñeses que intentasen desplazarse lo menos posible, mientras reforzaba los servicios de emergencias.
Junto a la electricidad, otro sector damnificado fue el del agua, y desde Emalcsa pidieron que no se consumiese mucha agua, ya que sin luz no podían bombear.
Durante el día, la jornada soleada ayudó a sobrellevar la situación, pero llegaba la noche, se acababa la luz solar y entre la incertidumbre de no saber cuándo se iba a solucionar la avería empezaba a llegar el temor por la oscuridad.
Muchos recordaban obras de ficción en las que un apagón era el gran protagonista e intentaban sacar conclusiones de ellas.
Pero a partir de la una y media de la madrugada, ya del martes, la luz volvió a iluminar poco a poco a A Coruña.
Se ponía así fin a trece horas en las que los ciudadanos tuvieron que aprender a vivir sin electricidad.
El regreso de la luz también provocó diversos problemas, sobre todo derivados de electrodomésticos que se habían quedado conectados antes del gran apagón.
Más confusión añadió el hecho de que solo algunos colegios abriesen sus puertas en la jornada del martes.
Con el fin del apagón también se reactivaron servicios municipales como el de BiciCoruña, mientras que en los hospitales empezaba la tarea de reprogramar citas que se habían quedado pendientes el día anterior debido a la falta de luz.
La que no falló fue la milenaria Torre de Hércules. Su luz fue la única que iluminó el cielo coruñés mientras todavía continuaba la ciudad sumida en la más absoluta oscuridad.
El apagón dejó también imágenes divertidas entre vecinos que decidieron hacer de la falta de luz una oportunidad para conocerse más.
Menos diversión había en la estación de tren de A Coruña donde, pese a la recuperación de la electricidad, durante el martes todavía no circularon los convoyes.
Con la normalidad reinstalándose en la ciudad poco a poco empezaron a surgir las historias de resiliencia de A Coruña durante el apagón. Una de ellas, la de los helados que resistieron la falta de luz.
La normalidad regresaba también a los hospitales como el Chuac, mientras los hosteleros y el Ayuntamiento suspendían su reunión.
La ciudad recuperaba el pulso aún con llamamientos a la tranquilidad y a no pasarse en el uso de la electricidad.
Por si acaso, algunos coruñeses también llenaban comercios para hacerse con instrumentos que echaron de menos durante el apagón, como radios analógicas a pilas o linternas.
Porque la falta de electricidad fue un impedimento para actos tan comunes como pagar. Tan acostumbrados al uso de las tarjetas, al quedarse sin TPV, bares y comercios tuvieron incluso que regresar al método de fiar.
Hasta el reloj del Obelisco quedó parado en la fatídica hora a la que se fue la luz.
Algunos locales de hostelería mantuvieron su servicio durante todo el apagón, lo que agradecieron muchos turistas y vecinos.
Mientras, los policías coruñeses, que tuvieron que sustituir a los semáforos apagados, se marcaron turnos de más de once horas para regular el tránsito.
Notaron también un aumento del negocio los taxistas, ya que la gente que necesitaba desplazarse y no podía sacar sus coches de sus garajes recurrieron a ellos para llegar a sus destinos.
En la Refinería, después del susto inicial que supusieron las columnas de humo, confirmaban que su normalidad llegaría en un proceso escalonado que duraría varios días.
"La manera de operar el transporte público ayer tuvo que ser más analógica", indicaba el director de la Compañía de Tranvías tras una jornada inédita en los autobuses urbanos.
A Coruña dio toda una lección de civismo en medio del apagón y no hubo que lamentar incidentes. Los mayores problemas fueron los ascensores que dejaron atrapadas a casi un centenar de personas.
Uno de los sectores que se resintió por la falta de luz fue el de los mercados municipales. La razón es que ante el prolongado apagón fueron muchos los coruñeses que se acercaron durante el lunes al supermercado para hacer acopio de alimentos.
En el lado contrario, muchos locales de hostelería, que se llenaron de clientes y marcaron cifras récord.
Entre las historias del día del apagón está la del barrio de Feáns, en el que la naturaleza rural permitió sobrellevar la falta de electricidad.
Y llegaba el momento de repasar la historia: ¿cuándo estuvo sin luz la ciudad?
Mientras la recuperación ya se iba haciendo patente y la normalidad ya era absoluta, a algunos comercios y locales de hostelería también les tocaba recordar que el apagón no solo fue un soleado día de fiesta, sino que produjo incidentes y pérdidas económicas. Al final, una jornada histórica e inédita en la que salió a relucir lo mejor y lo peor (por suerte, en mucha menor medida) de la ciudadanía.