Mañana a las 21.00 horas se podrá asistir en María Pita a uno de los conciertos más importantes del año para los herculinos. En él se homenajeará la figura de las cigarreras a través de un espectáculo que nace de la colaboración entre la Banda Municipal de A Coruña y Cántigas da Terra.
Es una obra que recupera la estampa gallega, un género que mezcla el teatro con lo tradicional y la música, pero en vez de tratar temas costumbristas apela a la memoria colectiva de la ciudad, pues el tema central de la pieza gira entorno a la primera lucha obrera que llevaron a cabo las mujeres en España: la huelga impulsada por las cigarreras coruñesas.
En diciembre de 1857 hasta 4.000 mujeres se rebelaron ante la llegada de las máquinas a la fábrica. No solo veían amenazados sus puestos de trabajo, sino que suponía una reducción importante en sus salarios, que en aquel momento ya eran bastante precarios. Las cigarreras representaban entonces hasta un 13% de la población total de A Coruña, por lo que se vivieron grandes momentos de tensión entre las fuerzas del Estado y las trabajadoras. Rompieron las máquinas y lanzaron sus trozos al mar y parte de la producción de tabaco. Las autoridades no tardaron en reaccionar, incluso se movilizaron tropas del ejército para sofocar la revuelta. Llegaron a detener a veinte rebeldes.
Estas profesionales tenían prohibido casarse durante los dos primeros años de trabajo en la empresa
La huelga sirvió para que, progresivamente, mejorasen las condiciones laborales. La última generación de cigarreras, pues, consideró todo un privilegio trabajar en la fábrica, ya que tenían un buen sueldo a cambio de ocho horas diarias de trabajo.
En el libro de ‘La voz de las últimas cigarreras’, de Ana Romero y Xulia Santiso, se recoge el testimonio de diez profesionales de la tabacalera con el fin de acercar a los coruñeses parte de su historia.
La mayoría de mujeres conseguían entrar por ser familiares de gente que había trabajado allí antes. Al empezar desde muy jóvenes, tenían que pasar un periodo de aprendizaje, además de realizar obligatoriamente lo que se conocía como ‘servicios sociales’, una especie de curso en el que aprendían a coser, cocinar, confeccionar ropa para bebés...
Hasta que la automatización de las máquinas no se desarrolló al completo, por realizar trabajo extra las cigarreras cobraban un suplemento que aumentaba sus salarios. En el libro, una de las cigarreras, Lolecha, explica que lo obligatorio era elaborar 52 cajetas al día, pero si se hacían más se registraba en un documento de unos 30 centímetros de largo llamado tirita y eso se traducía a final de mes en un plus económico: “Por no estropear el tabaco y el papel de los cigarros, también existía otro plus, las economías, pero cuando las máquinas fueron capaces de producir miles de cigarrillos por minuto estos suplementos dejaron de existir”.
A pesar de todo lo positivo que fue para las mujeres formar parte de la fábrica, las diferencias de trato entre hombres y mujeres siempre estuvieron presentes. No solo cobraban menos que los varones por realizar el mismo trabajo, sino que también se les exigía mucho menos compromiso que a ellas.
Otra cigarrera, Matucha, denuncia en sus declaraciones que “los mecánicos podían desaparecer de su puesto durante horas sin ningún tipo de represalia”. Eso provocaba que, al estropearse alguna máquina, fueran ellas las que trataban de repararlas para no detener la producción, lo que desencadenó algún que otro accidente en más de una ocasión.
No obstante, a las cigarreras que se retrasaban cinco minutos en llegar a su puesto de trabajo hasta tres veces en el mismo mes, se les enviaba a la zona de trabajo con peores condiciones de la factoría debido al ambiente asfixiante que provocaba el aire caliente y húmedo que se respiraba: el taller de desvenado, donde se quitaba fibras a las hojas.
Otra diferencia destacable es que tenían prohibido casarse durante los dos primeros años que pasaban en la fábrica, algo que nunca se le exigió a los hombres. Entre este tipo de situaciones, lo único que llegaron a cambiar con sus protestas fue que a ellas también se les permitiera llevar una cajetilla de tabaco a casa al día.
Desde la gran huelga hasta 1936, A Palloza vivió una etapa de gran actividad sindical, pero con el estallido de la guerra se frenó la libertad de actuación. Además, la fábrica pasó por un proceso conocido como la depuración de trabajadores, una herramienta de represión política con la que se expulsó a aquellas personas en contra del bando franquista. Con el paso de los años, muchos de ellos pudieron volver a la tabacalera.
La actividad sindical no se restableció hasta 1977 con la creación de un comité específico de la fábrica. Elvira Alonso, la última presidenta de este grupo, cuenta que la última etapa del franquismo no impidió que se movilizasen por aquello que consideraban injusto: “Se realizó alguna protesta pacífica con el fin de llamar la atención. Por ejemplo, nos vestíamos con medias negras y nos sentábamos en las escaleras principales unas horas abandonando el puesto de trabajo. Nunca hubo represalias”.
FECHAS |
1804 inauguración
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1857 huelga
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1999 EL caMBIO
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2002 el final
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En 1985 parecía que la fábrica estaba a punto de alcanzar su momento de mayor esplendor, pues se invirtió una gran cantidad de capital para modernizarla y ocupaba los primeros puestos de producción a nivel peninsular. Sin embargo, la nueva ley de mercado común, el aumento de los impuestos al tabaco y la desaparición de labores tradicionales debido a la automatización, provocó que en 1998 los empresarios, cegados por sus intereses económicos, iniciasen un proceso de privatización de la fábrica, lo que ya alertaba a los coruñeses de su posible cierre.
La empresa fue jubilando personal sin contratar otro nuevo, las máquinas estaban paradas y la producción se redujo hasta un 50%. Al año siguiente, la Tabacalera se fusiona con la empresa francesa Seita, lo que crea Altadis, una entidad privada. Esta dice concentrarse en evitar la pérdida de eficiencia y competitividad en el mercado, por lo que procede al cierre de hasta doce fábricas. Entre ellas, A Palloza en 2002.
A partir del año 2000, las cigarreras, que contaban con el apoyo de toda la ciudad, organizaron numerosas manifestaciones masivas en contra del cierre: “Pero luchamos por algo imposible de revertir. Lo único positivo de es que conseguimos que no se despidiera a nadie, a muchos nos prejubilaron”, explica Elvira.
Cuando se colgaron definitivamente los candados, el sentimiento que invadió a la ciudad fue de rabia e impotencia por ver la caída de aquel lugar que durante 198 años fue el principal foco de empleo para las mujeres de A Coruña: “Pasamos por buenos y malos momentos, pero trabajar cantando solo se vio allí”.