La etapa más llevadera del apagón, al menos desde el punto de vista social, tuvo que ver con la climatología y la vía de escape que para muchos supuso el echarse un buen rato en la playa y desconectar, literalmente. Acompañaron la temperatura, por encima de los 21 grados, y también el enclave privilegiado que supone una ciudad en la que los arenales no exigen, para la gran mayoría de los ciudadanos, un gran esfuerzo para llegar hasta ellos. Sin embargo, en el plan de un día redondo para muchos faltó coronarlo con un helado, que por motivos evidentes al poco tiempo de producirse el apagón se había derretido en los principales puntos de la ciudad.
Si bien algún empresario prefirió compartir que tirar y ver su trabajo convertirse en líquido en cuestión de horas, lo cierto es que encontrar el refrigerio preferido de un día de calor fue todo un desafío. Se libraron tres grupos de personas: los CTV, los turistas que visitaban la Torre de Hércules y quienes optaron por As Lapas como opción para pasar el día. Los primeros conocen a la perfección el camión de helados La Ibi, mientras que los segundos y los terceros se quedaron ojipláticos al ver un dispensador de helados funcionando con total normalidad en pleno apagón.
Dentro estaban Sergio Gallego y su mujer, ajenos al caos que vivía buena parte del comercio de la ciudad. En su pequeño micromundo motorizado todo funcionaba como hace 35 años, cuando estrenaron el camión: helados que tiraban de la energía del motor de combustión, bebidas casi congeladas y, muy importante, pagos solamente en efectivo. Esa vuelta al siglo XX a la que se vieron forzados muchos hosteleros y empresarios durante unas horas resulta una de las señas de identidad de Helados La Ibi, al menos en su versión sobre ruedas.
El flujo de clientes resultó constante y, hasta que se puso el sol, trabajó como cualquier día de verano. Del apagón solamente las noticias que comentaban los clientes. "Fue Putin, que nos tiene manía", bromeaba. Mientras, un niño que esperaba ansioso su helado replicaba: "Pues yo creo que fue un hacker". Gallego le pidió que explicase el concepto hasta que finalmente exclamó: "¡Ah, un pirata!". Pero el barco de La Ibi resistió desde su universo analógico, artesanal y tradicional.