Hay un temazo de The Smiths que se titula ‘There is a light that never goes out’ (‘Esta luz nunca se apagará’) que se puede aplicar a la Torre de Hércules. En la noche del lunes (para siempre, el día del gran apagón) y el comienzo de la madrugada del martes, el faro bimilenario siguió cumpliendo la función que tiene desde la noche de los tiempos: iluminar los mares y la bahía coruñesa.
Al inicio de la madrugada, el paseo marítimo de Orzán y Riazor solo estaba alumbrado por las estrellas, perfectamente distinguibles, y, de vez en cuando, por el halo procedente de la Torre de Hércules, que bañaba de luz aguas y los edificios de primera línea de playa. El ritmo no paró: cuatro destellos blancos en 20 segundos, emitidos desde 106 metros sobre el nivel del mar, desde A Coruña para el mundo, pero especialmente para la propia ciudad, el golfo ártabro y hasta las Sisargas.
Hubo quien, consciente del histórico momento, se acercó a la Torre. Lo hicieron en coche, asumiendo el riesgo que supone circular sin semáforos y solo alumbrados por la luz del vehículo.
Pero también andando, ayudados por linternas e incluso candiles. Iban en grupo o en solitario, cual procesión nocturna más propia de ‘El Bosque Animado’ que del ENIL de la Torre.
Ya muy cerca del faro, contemplándola desde la entrada de la ciudad deportiva, se podían observar bastantes coches aparcados en la zona de la sartén y aledaños, y uno que incluso ascendió por la rampa de acceso, quizá en la búsqueda de una imagen con aspiraciones de póster.
El faro bimilenario y los pequeños faros aportaban los únicos puntos de luz en un baño de oscuridad. Según informó esta mañana la Autoridad Portuaria, la Torre “siguió funcionando porque se activaron los sistemas de emergencia”. Y fue así como en la noche más oscura que recuerda la ciudad su gran símbolo siguió trabajando como si nada hubiera pasado, como si el día más anormal fuese normal.