Las patatas Bonilla a la Vista se han convertido en un Rolls Royce o un traje de Giorgio Armani. Es decir, una opción gourmet en su campo que tiene un profundo arraigo y representación de su lugar de origen y que, además, a pesar del éxito no ha supuesto una producción masiva ni ha perdido su carácter artesanal o manufacturado. Y es que, aunque el ahora presidente, Fernando Bonilla, no necesita recorrer como su padre la ciudad en moto para surtir de la famosa lata a la hostelería de A Coruña, una visita a la fábrica de Sabón permite comprobar de primera mano cómo la más alta tecnología sigue controlada por el ojo humano, esa sabiduría de las abuelas que elegían las mejores patatas del campo gallego para llevar al plato familiar.
En Bonilla a la Vista, ahora un snack que causa devoción en 35 países y entre las estrellas de Hollywood, siguen marcados a fuego conceptos como la tradición y el carácter familiar. Si a Oprah Winfrey, a los ganadores del Oscar por ‘Parásitos’, Claudia Schiffer o Chris Hemsworth les preguntasen cómo se imaginan el lugar del que sale ese objeto de deseo del que han presumido en redes sociales seguramente no se imaginarían la realidad: una planta en la que trabajan 20 de los 115 trabajadores de la empresa, y que produce íntegramente en Sabón el total de la distribución mundial. De la población coruñesa sale lo que consume la aristocracia británica que compra en Fortnum and Mason, o las mismas latas que recomienda The New York Times como regalo ideal. Y eso, tal y como explica el responsable de marketing, Diego Armando García, no está pagado. “Acciones como todas las que conocemos están valoradas en un millón de euros, y no tenemos la capacidad para eso. Son acciones que aparecen”, indica.
La fábrica de Sabón funciona durante 16 horas al día con doble turno de producción y con dos estancias principales: la fase de crudo y la de frito. En la primera es donde se almacenan aproximadamente 30 toneladas de la materia prima principal, una patata que como primera opción procede siempre de Coristanco o de los campos gallegos. Cuando la consecha no lo permite el siguiente paso es buscar proveedores nacionales. Cada día se fríen aproximadamente 4 toneladas, de las cuales aproximadamente 1,5 terminan embolsadas. “Se aprovecha entre el 25 y 30 por ciento de la patata”, indica García. Cada lata, por tanto, necesita de 3 kilos de materia prima, mientras que para la bolsa son necesarios aproximadamente 750 gramos. No existe una cifra fija ni exacta. El proceso desde que una patata entra en la maquinaria hasta que termina como patata Bonilla a la Vista es de entre 8 y 10 minutos.
En menos de un cuarto de hora existen dos elementos clave a la hora de dotar de personalidad y autenticidad, del sello de calidad a la bolsa o la lata en cuestión. Es ahí donde se dan la mano la tecnología y la sabiduría del personal de fábrica. No se utiliza un solo químico o potenciador de sabor. El ojo humano y el llamado ojo mágico hacen el resto. El primero corresponde a los supervisores de cada estación. El segundo es una maquinaria creada para compañía que se encarga de controlar el modelo de hoja de patata, el color o la aparición de burbujas. Hasta en el último paso se reparten las tareas: una máquina con control de peso mide la entrada en bolsa de la cantidad exacta. En las latas es un trabajador el que sostiene, amarra y cierra. Y de ahí a 35 países, a pesar de que más de la mitad de los receptores siguen siendo gallegos: 600 locales de hostelería y, sobre todo, consumidores particulares. Por si fuera poco, de esa misma fábrica salen cada día 17.000 churros.
Fernando Bonilla, el presidente, resume así el momento: "No es directamente proporcional la repercusión con el día a día, pero vendemos cada vez más y mejor, aunque podría ser el doble”.