La espada que corta las dos Españas

Montar una polémica nacional porque el rey Felipe VI no se levantó, como si fuese una bandera, al paso de la espada de Simón Bolívar, resulta tan surrealista como dividir a las dos Españas autonómicas en torno a si los escaparates deben apagarse a las diez o a las doce de la noche.

 

Son ejemplos que encierran otras muchas consideraciones, claro; pero lo que quiero destacar es que el espíritu de confrontación sigue arrasando, con sus hogueras implacables, la política nacional. No hay ni siquiera lenguaje de conciliación: parece que el calor azuza las declaraciones cuando menos imprudentes, provocadoras.

 

Que la fracción Podemos de la coalición gubernamental salga en manifestación republicana (o antimonárquica, mejor) para condenar en los términos más enérgicos que Felipe VI, en su viaje oficial a la toma de posesión del colombiano Gustavo Petro, ni se levantase ni aplaudiese al paso de la espada de Bolívar, me parece, ya digo, tan absurdo que no merecería más comentario... Si no fuese, claro, porque es una muestra más de la profunda grieta que Ione Belarra y compañía han abierto en el Ejecutivo de Pedro Sánchez.

 

Pero es que estamos en tiempo de espadas y bastos más que de copas y oros. Las declaraciones de la vicepresidenta Ribera y del propio Sánchez tras la ‘cumbre’ del ahorro energético con las Comunidades Autónomas no eran precisamente conciliadoras, sino más bien admonitorias y algo amenazantes. Claro que desde un sector del PP, el madrileño de Díaz Ayuso, tampoco es que hayan proliferado manifestaciones de acato a lo que el ‘decretazo’ del Ejecutivo ordena a partir de ya: limitar temperaturas y apagar escaparates de manera indiscriminada, por simplificar mucho la cuestión, que es más compleja.

 

Ya veremos si el cumplimiento de una normativa difícilmente cumplible va a ser tan riguroso como dice exigir la vicepresidenta Ribera o si todo queda en lo de siempre: en un mirar hacia otro lado, lo que no puede ser no puede ser, diga lo que diga el decreto, y ánimo, a buscar otro pretexto para enfrentar a las dos Españas, a falta de una buena espada bolivariana o de un buen apagón. Los ejemplos que traigo son, claro, distintos y distantes, esquemáticos si usted quiere, pero no traídos por los pelos, porque ambos evidencian el gran mal de la política española: su escaso deseo de pacto, de conciliación. Su voluntad ‘testicular’, que sigue haciendo válida la maldición de Bismarck, según la cual los españoles somos el pueblo más fuerte del mundo porque llevamos siglos intentando destruirnos unos a otros sin conseguirlo.

 

No conozco casos semejantes en la política europea, ni siquiera en la locura italiana, que evidencien tanto estival ánimo batallador. Yo no quiero, sospecho que muy pocos quieren (¿Iglesias, Belarra e Irene Montero sí?), una España bolivariana en la estela de Maduro, de Evo Morales o del propio Petro -no fue muy cortés con el monarca español hacer desfilar ante él la dichosa espada del ‘libertador’, como si fuese un símbolo del Estado--. Pero tampoco quiero un país cuyos territorios se fracturan entre ‘de derechas’ y ‘de izquierdas’ ahora a cuenta de la energía, mañana por culpa de quién sabe qué.

 

Y así va el cronicón del verano: entre Belarra/Irene Montero y Petro, entre Díaz Ayuso y Teresa Ribera, entre La Mareta y el refugio gallego ‘feijoano’, mientras las cuestiones de fondo --el giro peligrosísimo de América Latina, la angustia de este otoño ante la pobreza energética-- aguardan ahí, cual dinosaurio de Monterroso, a que llegue septiembre. Españolito que vienes al mundo, del mundo te guarde Dios: una de las espadas que divide a las dos Españas ha de helarte el corazón. O atravesártelo.

La espada que corta las dos Españas

Te puede interesar