Atractivos

Simone de Beauvoir consideraba que, muchas veces, el atractivo físico no era más que un premio de consolación para una mente vacía. Una especie de compensación para paliar las muchas carencias a las que estaban abocadas ciertas personas que no eran en sí mismas más que un precioso envoltorio.

La belleza es un adorno, como también lo es el dinero en demasía. Y benditos sean los dos…, pero no debemos olvidar que se trata de simples aderezos por medio de los cuales lograr un hipotético mejor pasar. Pero sin profundizar ni ahondar en el por qué ni en el hasta cuándo. Porque para eso ya hay que saber pensar, tener criterios propios y un poco de valor… Y, he ahí, donde nos topamos de bruces con la inteligencia. A mi juicio, uno de los atributos más valiosos de los que puede hacer gala el ser humano, junto con la bondad.

La sociedad actual se empeña en vendernos belleza efímera por todos lados. Los jóvenes quieren ser como sus ídolos de redes sociales y, para ello, trucan sus fotos, se disfrazan o hasta se operan. Todo vale por ser más y más guapos. Son incapaces de darse cuenta de que no pueden luchar contra un tiempo que está al acecho, que marca nuestros rostros, que descuelga nuestros cuerpos, que consume nuestras energías y que, tarde o temprano, tratará de plegar las osamentas de todos.

Casi ningún joven parece ser consciente de que la mejor inversión en ellos mismos pasa por crecer. Y crecer es leer, aprender, escuchar, conocer, o rodearse de personas que aportan; con el único fin de beber de sus fuentes y hacerse más y más bellos por dentro. Una belleza invisible a los ojos de los superfluos y perceptible a los de los más inteligentes que, al final, son los que realmente sirven para algo dentro de este engranaje en el que vivimos.

Y, ante este panorama de cabezas huecas y cuerpos perfectos, todavía menos jóvenes parecen preocupados por escuchar, respetar, compartir, proteger y ayudar. No pierden el tiempo en esas obviedades. Ellos viven rápido y quieren lo que quieren; que los rollos ya los escuchan todos los domingos en casa de los abuelos. Que ellos, aunque les sobre, no tienen tiempo que perder.

Ser bueno es para muchos de ellos una utopía y ser inteligente es ser un empollón. Ni una cosa ni la otra están de moda. Porque sus ídolos, que llegan a la cumbre por la estupidez de otros, no necesitan ni ser listos ni ser buenos. Con ser guapos o atractivos ya les vale. No se pide mucho más. Cualquiera puede lograrlo por ese camino, así que ¿para qué perder el tiempo con los “cuentos de la vieja”?

Pero no se dan cuenta de que la guapura se va, la sensualidad se esconde y solo acaban quedando los otros atractivos, aquellos que nunca cultivaron por dar prioridad a sus estilismos-o disfraces, según se mire-sobre todas las cosas. Y he ahí cuando uno, despojado de sus supuestos poderes de antaño, se da cuenta de que solo tiene lo que vive en su interior. Lograr que esto se convierta en un amigo o en un enemigo, depende en gran medida de lo vivido y, sobre todo, de lo entendido.

Así que si ustedes son jóvenes, están obligados a enriquecerse mentalmente por el bien de esta sociedad, pero también por el suyo propio. Porque igual que son conscientes de que es de obligado cumplimiento vivir en estas carcasas que nos tocaron en suerte, también lo es saber interactuar de forma inteligente con el resto del mundo. Y este empieza en nuestro interior.



*Begoña Peñamaría es
diseñadora y escritora

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