En la Plaza de la Constitución, en la Ciudad Vieja de A Coruña, brilla un rincón que no necesita más adorno que el sol que lo acompaña. Se llama El Bajo de Amalia, y su nombre no es casual: detrás del local hay una historia familiar, una vida entera, y sobre todo, una mujer con mucha alma. Amalia Souto lleva las riendas de este espacio desde hace años, aunque en realidad, lleva mucho más tiempo aquí. “Yo me crié en este bar, porque era de mis padres. Ellos lo abrieron en 1963, y desde entonces, esta fue siempre mi casa”, cuenta.
En 2008, en plena crisis, y al ver que el local estaba cerrado, sintió que no podía quedarse de brazos cruzados. “Yo sufría cuando veía que el bar estaba cerrado. No sé por qué, pero me dolía verlo así. Tenía que hacer algo. Y aunque trabajaba en otro sitio, en la crisis de 2008 decidí volver. Era una llamada interior”, confiesa.
El Bajo de Amalia no empezó con grandes pretensiones. “Comencé con dos barriles, imagínate. Ahora tengo 16 mesas de terraza, todas autorizadas, claro. Y sigo aquí, haciendo lo que puedo, poco a poco. Como digo siempre, soy de carrera de fondo, no de velocidad”, dice entre risas.
Ese espíritu pausado, pero constante, ha sido la clave para que el local crezca sin perder su esencia. Con un ojo puesto en el recuerdo y otro en el presente, Amalia ha ido moldeando su bar como quien cuida un jardín: con paciencia, cariño y atención. “La gente aún me habla de los bocatas de mis padres, los había de calamares, de pulpo, de pimientos con tortilla, y a mí eso me da la vida", añade la propietaria.
Hoy El Bajo de Amalia no solo es un bar, es un lugar donde se celebran cumpleaños, prebodas, reuniones y momentos sin más excusa que estar juntos. “Tengo una sala interior muy acogedora, como si fuese el comedor de la abuela. Ahí solo meto un grupo, no doblo. Es su espacio. Nadie molesta a nadie”, explica.
Aunque todavía está definiendo la nueva etapa gastronómica del local, Amalia tiene claro el rumbo. “No tengo carta cerrada, porque cocino yo. Prefiero trabajar por encargo. Así me organizo mejor y puedo dar buen servicio. Hago cocidos, arroz caldoso, fideuá… todo menos carnes”, dice con sinceridad.
Además, ofrece algo poco habitual: la posibilidad de que los clientes traigan su propia comida sin coste adicional. “Mucha gente me dice: ‘¿pero no cobras por eso?’. Pues no. Yo lo que quiero es que estén a gusto. Y además, la gente bebe más que come”, comenta con naturalidad.
A pesar de la terraza amplia, no ofrece servicio de mesa. Y hay una razón detrás: “Al principio se me iba gente sin pagar. No por maldad, pero al tener tanta terraza, es imposible controlarlo todo. Y para eso necesitaría dos camareros fuera. No me compensa, y prefiero explicarlo bien. La gente lo entiende si eres clara y amable. Aquí tratamos de hacerlo todo con sentido y buen trato”.
El detalle sigue marcando la diferencia. En barra siempre hay algo para picar: cacahuetes, aceitunas, a veces sardinillas. En invierno, los domingos se sirven callos caseros. “Pongo la marmita, el pan cortado y que cada uno se sirva. Me gusta que la gente se sienta como en casa. No hay etiquetas. Esto va de estar bien, sin más”, resume.
Cada año, El Bajo de Amalia se suma con entusiasmo a las celebraciones locales. En San Juan, la plaza se llena de mesas, música y buena comida. “Este año, como cae en lunes, será solo por la tarde. Habrá música de 20:00 a 23:00 horas, churrasco, criollos y sardinas. Todo por reserva, claro. Reservamos las mesas para que no haya líos”, comenta.
Durante la Feria Medieval también se transforma el entorno. “Tuvimos hasta prebodas durante la Feria Medieval. Reservamos toda una parte y montamos una fiesta muy bonita”, añade.
Un legado que sigue vivo
Amalia defiende su bar con una mezcla de amor, orgullo y ternura. “Lo montaron mis padres, que trabajaron toda la vida. La gente lo conocía como "El bar de los bocatas". Ahora tiene nombre, pero el alma sigue siendo la misma. Yo intento mantenerlo como ellos me enseñaron", destaca.
Muchos de sus empleados son estudiantes, y para ella eso también es importante. “Se ganan un dinerito, están bien, y yo estoy tranquila. Luego se van, y me da pena, claro, pero también me alegra haber sido parte de su camino”, concluye Amalia.