La historia tiende a repetirse. Estos días hemos visto cómo se han tensado de nuevo las relaciones institucionales entre el Ayuntamiento y el Deportivo a costa del anuncio de un concierto de El Último de la Fila para el 13 de junio de 2026.
A los más veteranos del lugar esta película probablemente les suene de algo. Corría el año 1982 cuando Miguel Ríos se planteó una gira a lo grande por España y consultó la disponibilidad del estadio de Riazor en 1983, un año después de los fastos del Mundial de Naranjito.
Precisamente, el estado de Riazor tras las reformas para el Mundial era una preocupación general, por lo que en el precontrato firmado entre el Ayuntamiento y el entorno de Miguel Ríos figuraban las necesidades técnicas a tener en cuenta para que el campo no sufriera desperfectos, además de plasmar el alquiler que debería desembolsar el artista para llevar a cabo el concierto.
Pero las alarmas habían saltado. Tanto el Deportivo como otras entidades deportivas (el estadio mantenía en aquel momento la pista de atletismo), así como los aficionados al deporte rey ponían el grito en el cielo por los desperfectos que se podían ocasionar en el césped. Dos conciertos en agosto (porque tras el de Miguel Ríos el 24 con Leño y Luz Casal se anunció otro, de Julio Iglesias, el 28) ponían en riesgo el devenir de una temporada que en Riazor se estrenaba el 11 de septiembre.
Con el paso del tiempo, las imágenes que llegaban de recitales celebrados en otros estadios no calmaban los ánimos. Los destrozos generados durante los conciertos encendían aún más los ánimos entre los deportistas y los aficionados.
Y todavía se encenderían más. Cuando se acercaba el concierto, pese a estar A Coruña inmersa en pleno mes de agosto, la lluvia hizo acto de presencia. No sólo en Galicia, en todo el norte, obligando a Ríos a suspender su actuación en Gijón unos días antes de cantar en A Coruña.
Y la lluvia no hacía más que embarrar las opiniones contrarias al concierto, ya que si de por sí los recitales suponían probables desperfectos, estos serían aún mayores sobre el césped mojado.
Las previsiones más optimistas, verbalizadas por el alcalde, Francisco Vázquez, hablaban de 25.000 asistentes al gran concierto de Ríos. Finalmente, y tras todo el suspense, hasta el mismo mediodía del día 24, el concierto se celebró con unos 18.000 asistentes.
El campo se vio afectado, pero, tal y como recordaba el crítico musical Nonito Pereira en su libro ‘Historias, histerias y anécdotas musicales de La Coruña’, lo peor estaba por venir. Las sillas instaladas para el recital de Julio Iglesias dejaron ‘hoyos’ en el campo. Y, además, tras ambas citas musicales, se observó, con pánico, que el área más cercana al Palacio de los Deportes estaba hundida.
En pie de guerra. Podría ser una definición perfecta del ánimo del Dépor, los aficionados e incluso parte de la prensa.
Pero para el club blanquiazul, el cabreo se convirtió en una oportunidad. Los dos conciertos supusieron para el entonces presidente, Jesús Corzo, el momento perfecto para obtener réditos. Y estos vinieron en forma de convenio de cesión del estadio de Riazor para el uso deportivo por parte del club a razón de 1 peseta por 50 años. Aunque cabe recordar que no pasó tanto tiempo para escuchar música en Riazor, ya que en 1993 se celebraría el Concierto de los Mil Años, que no tuvo tanta polémica.
Si volvemos al siglo XXI, esto nos suena familiar. El reciente anuncio del concierto de El Último de la Fila también ha generado opiniones contrarias sobre el coste de reparación del césped y los tiempos a manejar entre recitales y competiciones deportivas.
También vuelve a poner sobre la mesa el convenio que rige los usos de Riazor, un acuerdo heredero de aquel que rubricaron Corzo y Vázquez tras toda la polémica generada con el concierto de Miguel Ríos.