El 3 de febrero de 1959 quedó grabado en la historia como 'el día que murió la música', debido al accidente aéreo que le costó la vida a Buddy Holly, Ritchie Valens y The Big Bopper. Sólo unos meses después, en el Ayuntamiento de Trazo nacía Jesús Iglesias Carril, el rostro más conocible de la cafetería Manhattan. Su retirada, el sábado a partir de las 13.00 horas, podrá considerarse 'el día que murió la elegancia' en la hostelería de A Coruña.
En su móvil suena de tono de llamada 'Begin the beguine' de Sinatra y, como diría él, ahora le tocará vivir a su manera...
Hay 80.000 cosas para hacer. Hoy no es como antes, que no te movías para nada. No soy de estos de ponerse a mirar obras o ver chaveas. Se puede nadar, correr o tener calidad de vida. Que Dios me dé un poco de salud o de bienestar y vivir.
¿Se va la elegancia?
Quedan más camareros. No será para tanto. Soy el que tiene canas, pero siempre me han tenido como el más gentleman. Es algo que me encanta. El uniforme te da un plus. Si voy a un sitio y veo a un camarero con tatuajes no entro. No digo que sean malas personas, pero a mí me gusta la buena vida.
No será fácil encontrar un relevo tan característico...
Soy de los que opinan que cuando alguien en el mes de agosto anda buscando trabajo algo raro hay ahí. La gente se vuelve loca buscando un camarero. Yo tuve la gran suerte de estar en grandes empresas como Zumolandia o Manhattan. Además, hoy en el día la gente no tiene esa necesidad de trabajar. En su día yo pasé hambre. Fui el mayor de nueve hermanos. Entre las ayudas del Gobierno y estar planchados, comidos y dormidos no tienen esa necesidad. En mi época no había otra que trabajar.
Si le dice a una persona de 20 años que va a tener que jubilarse en la hostelería, igual se asusta...
Te dice que no. Por un lado lo entiendo, pero por otro no. El que está necesitado lo está, aunque hay mucho empresaro troglodita, que hace lo que le da la gana. Hoy en día aún hay mucho Antonio Recio: media jornada, doce horas. En Manhattan cada uno cumple su horario a rajatabla.
¿Qué recuerdos se lleva?
Muchos, entre la gente y los compañeros, pero sobre todo más alegrías que disgustos. Estar cara al público tampoco es fácil. Hay que poner buena cara siempre. Hay gente maravillosa, pero a veces prefiero morderme la lengua. No es lo mismo estar al servicio que dar servicio, que ya no estamos en la época de Franco.
¿Cuál es la mejor anécdota que recuerda?
Una vez, una señora un poco repelente, le dijo al marido: "¿Tú qué quieres, Manolo, que no puedes tomar sal ni picante?". Él le respondió que quería pulpo y yo me meaba de la risa.
¿Hasta cuándo el pincho de tortilla, croqueta y empanadilla?
Eso hay que preguntarle al jefe, pero es una seña de identidad del Manhattan. Lo recuerdo de toda la vida. Llegan las señoras mayores a las siete de la tarde y vienen preguntando por el pincho. Aunque sea una tontería.
¿Cuál es el secreto de la supervivencia del Manhattan?
Está bien situado y el uniforme te convierte en un lugar de referencia. Son 54 años y por algo será. Los camareros habremos aportado algo (risas). Tenemos una plantilla que más o menos ahí lo hemos mantenido.
Ahora se pondrá unos jeans y una camiseta...
Sí, por favor. Me gusta el uniforme porque cumplo con mi empresa, pero una vez te liberas es otra cosa. Para mí, uno de los mejores inventos del mundo fueron las bermudas.