Los vecinos de la Sagrada Familia han dicho basta. Lo habian expresado desde el mismo día en el que su vecina Maritza fue brutalmente asesinada por su expareja el domingo 15 de junio, pero esta vez tanto la asociación vecinal como compañeros de otros barrios (incluidas varias entidades y la Federación) quisieron escenificar su repulsa con un minuto de silencio a las puertas del local de la agrupación, el que los representa a todos, situado en el número 13 de la calle Alberto Datas Panero.
Muy cerca de allí, solamente unos días antes, el asesino confeso había propinado más de 70 puñaladas a una de las vecinas de la calle San Isidoro, quien empezaba a construir una vida en la zona. “Somos un barrio en el que conviven personas de diferentes países y culturas, en el que son acogidos como uno más”, rezaba el comunicado leído por Juan Rodríguez, presidente de la asociación vecinal. “La violencia de género, en cualquiera de sus formas, es un crimen contra la dignidad humana”, continuó. Además, durante los residentes apostaron por “un cambio de fondo en la educación, en los medios de comunicación, en la política y la vida cotidiana, porque la construcción de una sociedad mejor debe empezar en la infancia, con una educación basada en el respeto y la no violencia”.
El dirigente quiso dejar claro el evidente rechazo que desde el primer minuto despertaron los acontecimientos, que sobrecogieron al barrio. "Fue un palo terrible, nos dolió muchísimo, ya no solamente porque ese no es el barrio que queremos transmitir, sino porque estamos en el siglo XXI y no en la época del martillo o en la que alguien se siente con derecho a quitarle la vida a nadie", sentenció. No obstante, el dirigente hizo un llamamiento a denunciar cualquier indicio de violencia que se manifieste, tanto por parte de las víctimas como de posibles testigos. "No sabemos cómo podemos frenar esto y, por mucho que queramos hacer, parece algo que se escapa de nuestras manos. No sabemos si la cosa en el barrio está tranquila o existe un gran tabú por parte de las víctimas", lamenta.
Por otra parte, A Esmorga, situado en el número 36 de Nuestra Señora de Fátima, ha iniciado una campaña de ayuda para el hijo de Maritza, que comienza una vida en la ciudad.
Si bien Maritza no llevaba demasiado tiempo en la Sagrada Familia, su asesino confeso sí era un habitual del comercio y la hostelería de la zona, en buena medida regentada por el propio Juan Rodríguez. El presidente de la asociación de vecinos se llevó un palo al conocer la identidad de una persona que, aunque no se relacionaba mucho, sí era un cliente más o menos asiduo. "Cuando supe quién era el asesino, cuando me enseñaron su foto, me di cuenta de que lo conocía tanto de la cafetería como de la ferretería. Era un tipo en apariencia tranquilo, no demasiado hablador y sí muy reservado", explica. "Rondaba los locales de la zona y, aunque no hacía demasiada vida, sí venía a las churrascadas del Mundial 82, sin meterse con nadie", agrega.
Por otra parte, según aseguraron algunos de los concentrados en la silenciosa protesta, tanto la víctima como su asesino confeso solían acudir a los servicios sociales y a las ayudas de algunas de las ONG instaladas en la zona, especialmente para la recogida de alimentos.
Tanto Juan Rodríguez como otros vecinos inciden en la necesidad de mantener la Sagrada Familia como un espacio no conflictivo. "La situación del barrio es tranquila, creemos que la situación está calmada, porque a pesar de todo hemos conseguido acabar con temas como el de la droga. No hay nada extremadamente preocupante o fuera de lugar", asevera el presidente, aún consternado por no haber podido detectar a tiempo la dinámica destructiva que acabó con la vida de Marisa.
Fue un minuto de silencio, pero al igual que otras concentraciones que se han sucedido a lo largo de toda la semana en A Coruña, Galicia y el resto del Estado, fue una muestra de repulsa y condena a una lacra como la violencia de género.