Así es la Casa Cornide por dentro: doce habitaciones, ocho baños y completamente vacía

Así es la Casa Cornide por dentro: doce habitaciones, ocho baños y completamente vacía
El salón principal de la Casa Cornide /Cedida

Entrar en la Casa Cornide, la vivienda que la familia Franco tiene en la Ciudad Vieja, es una experiencia reservada solo para unos pocos. Esta mañana se abrían al público las primeras visitas. Solo cinco personas, entre las que se encontraban la alcaldesa, Inés Rey; el portavoz del BNG en A Coruña, Francisco Jorquera; el historiador Alfredo Vigo Trasancos, especialista en este edificio y otros del mismo estilo, y el activista Rubem Centeno, quien hizo un estudio sobre las fosas comunes de San Amaro, estaban entre los afortunados que consiguieron recorrer las estancias en las que se alojaba Franco cuando venía a A Coruña.

 

 

 

Una vez franqueada, valga la redundancia, la puerta de doble hoja verde, se oculta un recibidor completamente de piedra, en el que una escultura, también de piedra, del apóstol Santiago, recibe a los visitantes que consiguen entrar en un lugar que ha estado cerrado durante tantos años a los coruñeses. Una doble escalera permite el acceso, por la izquierda, a una especie de entresuelo, vacío y con un montón de periódicos viejos acumulados, aunque no tendrán más de unos meses, entre los que se ven algunos también de El Ideal Gallego. A la derecha, la escalera lleva a la planta principal. 

 

Salón principal

Al acceder a la primera planta se puede ver el salón principal, donde se encuentra el balcón de piedra y forja que se ve desde la calle y desde donde los fotógrafos, que tenían prohibida la entrada, al igual que el resto de los periodistas, tomaron las fotos de Rey y Jorquera desde el atrio de la Colegiata. 

 

Del techo del salón cuelga una imponente araña de cristal. El suelo es de madera y las paredes, enteladas, tienen manchas de humedad y denotan que la casa ha vivido tiempos mejores. Preside la estancia una señorial chimenea de mármol, aunque tiene un espejo de fondo y parece inutilizada. A la derecha, hay otra habitación, empapelada con motivos florales y con moqueta. A la izquierda, una puerta conduce a la biblioteca, en donde no hay ya ni un solo libro y que está tan vacía como el resto de la casa. Tan solo quedan en un armario entreabierto un montón de papeles amarillentos. Son papeles con un membrete arriba a la izquierda: bajo el escudo con el águila, el yugo y las flechas, pone: "El Jefe del Estado. Generalísimo de los Ejércitos Españoles". Es la única muestra que encuentra el visitante del inquilino que caminó por estos pasillos hace ya más de cincuenta años. 

 

A la izquierda, una cocina con azulejos y muebles en tonos azules, un aseo que debía de utilizar el servicio y lo que debió de ser en su día una despensa... aunque también está vacía. 

 

La sensación de vacío y de que faltan muchas cosas que el visitante no puede ver es constante durante todo el recorrido. Las paredes están desnudas, aunque se perciben las manchas donde estaban colgados los cuadros; de los apliques y las lámparas solo quedan los cables colgando y en la cocina no hay ni electrodomésticos ni siquiera unos fogones, aunque parece que fue reformada hace pocos años. 

 

Segunda planta

Hay un ascensor pero el guardés asegura que no funciona, así que subimos a la segunda planta a pie por las escaleras de piedra. La estructura de la casa, que tuvo un añadido una vez que ya era propiedad de los Franco, está organizada de manera que hay tres estancias hacia la Colegiata y otras tantas hacia el lateral. 

 

La estancia principal de la segunda planta también tiene una chimenea y también de mármol, aunque esta sí tiene pinta de funcionar. Las habitaciones, que dan hacia la parte de atrás, tienen un vestidor y acceso a un baño completo. Es curioso que cada habitación tiene un papel en la pared y una moqueta diferentes, no hay una decoración uniforme. En este piso hay otra cocina, también en tonos azules, decorada igual que la de la primera planta. 

 

A la tercera y última planta se sube por unas escaleras mucho más modestas, reservadas para el servicio. Los techos están abuhardillados en la mayoría de las habitaciones y en algunas ni siquiera hay ventanas. En otras, la luz entra por un ventanuco en la parte superior al que ni siquiera es posible asomarse. Entre lo más curioso de este piso está un patio interior, con un pequeño fregadero y un baño, y una maravillosa terraza, que da hacia la calle Veeduría. Desde allí se puede ver la Casa Molina y, al fondo, los edificios más altos de la ciudad, la Torre Hercón y el Trébol. 

 

El espacio reservado para el recorrido es de una hora aunque al visitante se le hace largo al transitar por una serie de espacios vacíos en los que, aparte de los efectos de la humedad y de la carcoma, poco más se puede ver. Ni un cuadro, ni un libro ni nada que evoque las vidas pasadas de esta casa. Queda para la imaginación el ejercicio de pensar cómo sería la vida de la que fue la familia más importante de España durante la dictadura. 

 

 

Así es la Casa Cornide por dentro: doce habitaciones, ocho baños y completamente vacía

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