La Familia Real nos felicita las Pascuas

La Familia Real nos envía, telemáticamente claro, una apacible felicitación de Navidad: el Rey, sin corbata, y la reina, ambos de pie, la princesa de Asturias y su hermana Sofía, también informalmente vestidas, sentadas en primer término, todos en cuidada foto en los jardines de La Zarzuela. Una familia que parece feliz en el sentido tradicional del concepto. Pero probablemente nunca, desde la restauración de la Monarquía hace cuarenta y seis años, la situación de la primera institución del Estado se ha visto tan zarandeada, asediada por tantos motivos de preocupación y, creo, de tristeza.


La felicitación evidencia algo probablemente no buscado, pero inevitable: que la Familia Real se limita a cuatro personas. Imposibles ya aquellas fotografías grupales, en las que los padres Juan Carlos y Sofía se rodeaban de hijos y todos los nietos. La condena a Iñaki Urdangarín, primero, y los avatares judiciales del rey emérito, después, han hecho volar en pedazos incluso el recuerdo de aquellos retratos vacacionales en los que aparecían todos, en La Zarzuela o en Marivent.


El regreso, o no, de Juan Carlos I a España, poniendo fin a su estancia más o menos forzosa, que no forzada, en Abu Dhabi ha acaparado las portadas en los últimos días. El abandono del ‘caso emérito’ por parte de la fiscalía suiza quizá haga que, finalmente, sus colegas españoles traten de dar carpetazo a las presuntas, o no tanto, irregularidades fiscales y contables de quien fue jefe del Estado durante casi cuarenta años. La muerte de Juan Ignacio Campos, teniente fiscal del Supremo, que se encargaba directamente de seguir los muy complicados meandros judiciales de lo actuado por el emérito al margen de la regularidad, por decirlo de una manera convencional, ha venido a añadir una nueva demora a cualquier decisión de la Fiscalía tras su polémica última decisión de prolongar seis meses las investigaciones.


El problema es que Juan Carlos está de moda en la actualidad informativa, cuando alguien pensó, enorme equivocación, que el caso, con el emérito lejos, iría apagando sus urgencias informativas. Está ocurriendo lo contrario. Ya hasta por el hecho de que la actriz Bárbara Rey vaya a ser llamada al Senado a declarar sobre sus relaciones con Juan Carlos de Borbón. Y otros extremos presumiblemente escabrosos, de indudable morbo, revelados en algún libro de reciente aparición de los varios que recientemente han salido a la calle relatando episodios al menos incómodos para la imagen del padre de Felipe VI.


Cosas todas que, sin duda, como las acusaciones lanzadas desde Londres por la aventurera Corinna, tienen que pesar en el ánimo de ese magnífico monarca cuando encara una Navidad que para él tiene que ser muy dura. ¿Quién puede afrontar impertérrito una tal humillación pública a su madre, por citar apenas uno de los aspectos del asunto?


No tengo la menor idea de por dónde orientará Don Felipe su mensaje de Nochebuena. En alguna ocasión dije que debería innovar las formas y los fondos de este tradicional parlamento. Compruebo, empero, a través de la felicitación que nos llega, que, una vez más, la casa del Rey elige lo tradicional, nada de sorpresas. Así que cabe suponer que esa misma extremada prudencia marcará la pauta del mensaje, que no es un acontecimiento baladí: son muy pocas las ocasiones que el jefe del Estado tiene para dirigirse directamente a los españoles. No creo que pueda obviar en este mensaje abordar, de alguna manera, la situación de su padre, que se está convirtiendo en el principal problema político de España, lo que ya es decir con la cantidad que nos anegan.

La Familia Real nos felicita las Pascuas

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