La buena educación

Por avatares de la vida, hace algún tiempo decidí probar un nuevo sistema de enseñanza para uno de mis hijos. Era necesario respirar un aire nuevo y que se recuperase de una desmotivación que durante demasiado tiempo había sido solapada por el afamado centro del que decidí arrancarlo. Y, aunque no sabía con exactitud hacia donde quería llevarlo, sí sabía que tenía que salir de donde yo ya no quería que estuviese.


La primera vez que me puse en contacto con el colegio Hijas de Cristo Rey, sentí una especie de abrazo en el alma. De pronto, volví a recordar lo que era una verdadera escuela y un lugar donde se fomentaban el crecimiento académico y personal a partes iguales.


Rostros sonrientes, valor por lo pequeño, respeto al individuo, ayuda a los más débiles y-sobre todo- estimulación y motivación para con los niños desencantados de colegios demasiado ocupados por hacer una limpieza general antes de una ABAU que, al igual que sucede con el fútbol, puede hacer descender de división a cualquier centro; componen en líneas generales las directrices de la obra que en su momento fundó José Gras.


Durante tres años, mi hijo cursó estudios en el centro anteriormente mencionado. Años determinantes en los que la motivación por parte del colegio y la madurez por parte de mi descendiente, se fueron dando la mano poco a poco. Lejos de echar de menos grandes instalaciones, descubrí un lugar donde trabajando era posible despojarse de etiquetas y donde te ponían la nota que te merecías sin cuestionársela ni buscarse excusas para reducirla.


De pronto mi vástago empezó a querer, porque comprendió que allí eso era sinónimo de poder. Porque se dio cuenta de que no arrinconaban a los corrientes para centrarse en los buenos en la búsqueda de un resultado corporativo. Porque junto a su tutora, su jefe de estudios y el beneplácito de unos profesores que por encima de todo son personas; el niño recuperó la autoestima perdida.


Y desplegó sus alas y se atrevió a soñar. El colegio lo preparó desde el cariño, el respeto y la humanidad; para volar. En su buen hacer educativo, saben ver que detrás de cada infante hay una historia y también un talento al que no se le deben poner cortapisas, porque ni todos destacamos en el mismo tipo de inteligencia, ni estamos en disposición de ser lo que los demás desean que seamos.


Así que aprovechando estas fechas emotivas y que esta servidora tiene tendencia a agradecer y a desnudar su alma en cada escrito, desde aquí quiero brindar todos mis respetos al equipo educativo y logístico del centro anteriormente mencionado por su enorme humanidad, por elevar a cada alumno a la categoría de persona por encima de la de burda nota media, por demostrarnos que la educación no necesita artificios ni símbolos externos, por ayudarnos a recuperar la ilusión y por recordarnos que un colegio es un lugar donde es preciso aprender materias e inculcar compañerismo, disciplina y trabajo; pero sin descuidar lo que desde mi punto de vista son las claves de una verdadera buena educación: principios, valores y que todo esfuerzo trae consigo una recompensa.


*Begoña Peñamaría es diseñadora y escritora

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