Broncas parlamentarias

Meritxell Batet, presidenta del Congreso, llama la atención a los diputados pidiendo más respeto y educación en las intervenciones en los plenos, que dejen los insultos y las ofensas fuera de la Cámara. No es la primera vez que desde la Presidencia instan a sus señorías a comportarse de manera civilizada no dejándose arrastrar por calentones dialécticos que convierten los debates en penosos ejercicios de descalificaciones personales. Batet lleva razón, pero no deberíamos escandalizarnos por algo que sucede en los Parlamentos de medio mundo.

El debate político es vehemencia, aleación de elementos tales como pasión, ingenio, improvisación e incluso de ira. El Diario de Sesiones guarda memoria de plenos en los que sus señorías olvidaron las formas y se dijeron de todo. Es verdad que antaño primó la ironía y el sarcasmo y hogaño lo que se despacha suelen ser etiquetas políticas infamantes. “Cállate, bruja”, “Cállate tú, fascista”.

De ése registro faltón la Cámara guarda abundante memoria. Por no hablar de lo que pasa fuera del Congreso. En el transcurso del debate electoral que mantuvieron a cara de perro el entonces presidente del Gobierno Mariano Rajoy y el aspirante Pedro Sánchez España entera pudo escuchar que el segundo le espetaba al primero: “Usted no es decente”, y cómo Rajoy replicaba: “Usted es ruin, mezquino y miserable”. Jamás un debate entre presidenciables había alcanzado semejante grado de crispación. Mentiroso es lo más que un aspirante había llamado a un Presidente del Gobierno .

Pero, en fin, ya se sabe que la política es dura. Incluso un arte de supervivencia. Con todo, hay que darle la razón a la presidenta Batet. Sería de agradecer que sus señorías dieran ejemplo de buena educación y olvidaran las broncas. Aunque sea al precio de que los debates resulten algo más aburridos.

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