Pasó la Diada, ¿llega la Mesa?

Contar, casi uno a uno, los asistentes a la Diada es una de esas cosas absurdas que cada año hacemos, pensando que, a menos público, más cerca la solución al conflicto que es sin duda el mayor de nuestros problemas políticos. Y, a más concurrencia, más tensiones. Creo que es una visión demasiado simplista para cuestión tan compleja, la del secesionismo catalán, que resulta incomprensible incluso para sus propios protagonistas. Pero me arriesgaré a decir que nunca, en los últimos años, hemos estado más cerca de abrir una etapa de ‘conllevancia’ orteguiana como ahora. Comprobaremos en los próximos días si tengo o no razón.


Y eso que temo que, en este cuarto de hora en el que escribo, las perspectivas de la Mesa negociadora entre el Gobierno central y el Govern de la Generalitat podrían parecer bastante desalentadoras. El ‘frenazo’ brusco a la ampliación del aeropuerto de El Prat puede que haya gustado a algunos, amparados en el ecologismoy encerrados otros, en el fondo, en muy diferentes razones políticas: no hay más que dos cosas que negociar, dice incluso el moderado Aragonés, president de la Generalitat.


Y ninguna de ellas pasa por un aeropuerto, ni por el puerto, ni por cuestiones fiscales, ni por el corredor del Mediterráneo, pongamos por caso. No: lo que cuenta es celebrar el referéndum de autodeterminación y marcar el camino hacia la independencia. Algo que creo que no van a obtener, no del Gobierno de Pedro Sánchez al menos.


Es decir, que se constata, ya lo decía Ortega hace cien años, que el ‘tema catalán’ no tiene una solución definitiva, para siempre. Hay que ganar tiempo, como desde décadas atrás intentan los políticos más lúcidos de uno y otro lado. Lo que digo es que, ante esa Mesa de negociación, que se inicia en un momento de relativa tranquilidad entre la plaza de Sant Jaume y La Moncloa, con Aragonés aplazando hasta 2030 la celebración de ese referéndum, el mes de octubre se nos presenta como de --relativa-- negociación, como en 2012, y no de abierta confrontación como en 2017.


Pienso que Pedro Sánchez acabará presidiendo, aunque sea solo un día, esa Mesa de negociación de la que tanto espera Aragonés y tan poco sus rivales de Junts per Cat. Y creo, también, que la cuestión de la ampliación de El Prat, tan inhábilmente manejada en Barcelona y en Madrid, se retomará mucho antes de lo previsto; Sánchez es un pragmático, y Aragonés no es, desde luego, Quim Torra, y menos aún Carles Puigdemont.


No es la hora de los fanáticos, ni la de los ‘halcones’. Ni los de Barcelona ni los de Madrid. Creo que el foro para negociar la independencia, si negociable fuese, que me parece que no lo es, debería ser algo distinto a esa Mesa Gobierno central-Govern --que, por cierto, a mí me gustaría más plural, que se enriqueciese con otras presencias--. Yo, hoy, lo que quiero saber es si de esa Mesa, la presida quien la presida, la integre quien la integre, puede salir un diálogo que mejore la vida cotidiana de los catalanes y la relación con el resto de los españoles. Simplemente, lo espero porque esto, así, encallado en unas rocas peligrosas, no puede seguir.


Tengo confianza en el pragmatismo del president Aragonés y, hasta cierto punto, me atrevo a decir, no sin reticencias, que Pedro Sánchez, acabe o no presidiendo su lado de la Mesa coja, está enfocando la cuestión en términos mucho menos ‘testiculares’, valga la expresión, que Rajoy. Y que sus sucesores, con perdón. Pasó, otra convocatoria más, seguramente menos crispada que otras, la Diada. Comienza la colocación de sillas para constituir esa Mesa, sin duda deseable. No le cortemos las patas antes de tiempo.

Pasó la Diada, ¿llega la Mesa?

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