Terremoto con réplicas

La actualidad se sucede a velocidad vertiginosa. La última –de momento- ha sido la pretendida patada al tablero político dada por Inés Arrimadas en conjunción de intereses y complicidad con Pedro Sánchez, que ha venido a complicar aún más el panorama institucional de España. En resumidas cuentas, el país agudiza esa su inestabilidad tras haber saltado por los aires la unidad del centro derecha.


Habría, no obstante, que matizar que tal espacio ha sido y estaba siendo más teórico que real. Lo digo porque tanto el electorado de Ciudadanos como los altos dirigentes del partido han tirado siempre más hacia la izquierda. De derecha han querido saber poco o nada. Y meter en el centro al Vox de hoy por hoy no entra ni con el mejor calzador.


Como no hay que por bien no venga, bien podría concluirse que el centro derecha se ha clarificado, con el Partido Popular como única formación política que está llamada a ocupar ese ámbito. Mejor que nunca, en sus manos está ocupar el espacio del centro. Unir a los votantes en vez de a las siglas, es la idea de Casado desde que hace cuatro/cinco meses decidió abandonar la fórmula del “España suma” e ir en solitario a las elecciones. “Estamos en otra etapa”, añadió por entonces.


La apuesta de Isabel Ayuso en Madrid es arriesgada. Dice querer “gobernar sola”, como nuestro Feijoo aquí. Pero le será complicadísimo, si no imposible, obtener la mayoría absoluta; esto es, pasar de los 30 escaños propios con que hasta ahora ha contado a los 67 de la mitad más uno de la Cámara legislativa. Habrá, pues, de seguir contando de una u otra manera con Vox, para mayor solaz del sanchismo.


Urdiendo muy directamente la operación de Murcia y siendo desleal como pocos en Madrid, la errática Inés Arrimadas ha terminado, como vulgarmente se dice, cubriéndose de gloria y acabará con el partido. Durante estos últimos tiempos ha estado –inútilmente- más pendiente de las migajas que le pudieran caer de las manos de Pedro Sánchez que de la coexistencia con Pablo Casado. Los militantes del partido –los pocos que van quedando- vagan como ovejas sin pastor.


Habrá que esperar a ver qué deciden los Tribunales sobre el conflicto jurídico –elecciones o mociones de censura- que dos normas en conflicto han planteado. Pero con pandemia o sin pandemia, habrá que decir que las mociones de censura no están pensadas para solventar por las bravas intereses de partido ni para hacer filibusterismo parlamentario.


La regulación que de las mismas hace el artículo 113 de la Constitución es en el sistema comparado una de las más exigentes: blinda una serie de requisitos y restringe iniciativas que puedan engendrar inestabilidad política. Todo lo que así no sea supone jugar con los Gobiernos constituidos y, en definitiva, con los ciudadanos. La mejor moción de censura son las urnas.

Terremoto con réplicas

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