Enfermar en primavera

adie debería enfermar en primavera, porque la primavera enferma en el dolor y la muerte, y esa es hoy su mala hora. Te asomas a las ventanas del encierro y oyes lo desgarrado de su grito, la sombra de su infinita pena, sin embargo, en medio de ese mar de confusión y horror, germina verde y blanco, el color que la ha de sanar, que nos ha de sanar; son hombres y mujeres de la noble grey de Hipócrates, barro de nuestro propio barro, pero bien podían ser dioses, seres hechos de esa esencial naturaleza capaz de sanarnos el cuerpo y alegrarnos el alma cuando enfermamos.
Médicos, enfermeras, farmacéuticos, celadores, auxiliares, camilleros…, por los pasillos de los atestados hospitales avanzan pertrechados de su entusiasmo y vocación de servicio, lo demás: máscaras, batas, guantes… no son sino atrezo de ese vital coraje. Se dan valientes, pese a saber que han de reservarse; lo peor siempre está por llegar allí donde no están y cuando llegan todo se reconduce a mejor, son nuestra esperanza. Qué importa que no puedan salvarnos a todos, si esa es su voluntad no cabe sino sentirnos esperanzados. Cada vida es en su corazón un baluarte a defender hasta la muerte, y si ese es el destino del doliente, allí estarán ellos reteniendo su mano entre las suyas para que no le duela más la soledad que la misma muerte. 
No son héroes, son su esencia y conciencia, y de lo humano, la dignidad, y de la humanidad, conciencia.

Enfermar en primavera

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