Adiós amargo

Mario Draghi afrontó el jueves su última reunión con el Consejo de gobierno del Banco Central Europeo (BCE). Y  lo hizo en pleno debate y polémica sobre la procedencia y eficacia del paquete de estímulos aprobados en septiembre por la institución que hasta dentro de unos días todavía preside.
El 1 próximo dará el relevo a su sucesora, Christine Lagarde, patrocinada por el presidente francés Macron y llegada así desde la dirección gerencia del FMI a la presidencia del organismo máximo responsable  de la política monetaria y supervisión bancaria de los países del euro.
    Para unos, Draghi deja el BCE enormemente dividido por la “heterodoxa” política monetaria, que habría llevado a cabo a lo largo de sus ocho años de mandato. No es la primera vez que el italiano se topa con oposición en casa. Pero en esta ocasión los desafectos no sólo se encuentran dentro de la entidad, sino también fuera de ella, como lo son seis relevantes ex bancarios que encabezarían el grupo de los considerados “halcones”.
La oposición se debe a la creciente laxitud crediticia del Banco, que estaría comprometiendo –alegan- su independencia y, a la vez, exponiendo la eurozona a riesgos tan sobresalientes como innecesarios. Y es que con el objetivo  de controlar la inflación, desde 2015  ha sido aprobado un enorme programa de adquisición  de deuda pública que ha contribuido a hundir los tipos de interés de los pasivos en  distintos sistemas de la eurozona, como en el caso español. Unos tipos ultrabajos que se están convirtiendo además en financiadores de Gobiernos poco comprometidos en el saneamiento de las cuentas públicas.
En lo que coinciden unos y otros, halcones y palomas, es en considerar a Draghi como el salvador del euro. Habrá que recordar que asumió la presidencia del BCE en noviembre de 2011 en medio de una crisis financiera que hacía temer lo peor. En su primer movimiento bajó los tipos y dio un bombeo de liquidez a la Banca. Pero no bastó. Fue poco después (julio 2012) cuando pronunció su célebre  compromiso de “whatever it takes” (“lo que haga falta”), que devolvió la calma a los mercados financieros y mantuvo en pie el proyecto de la unión monetaria.
Ahora se va con la conciencia de haber dado solidez y credibilidad a la institución; de haber cumplido con el mandato del control de la inflación, y de haber contribuido a la recuperación económica de la zona euro con sus políticas de tipos de interés (no ha subido ninguno), facilidades crediticias y compras de deuda soberana.
Se va reafirmándose en ellas, pero ofreciendo a mayores una recomendación: que las políticas presupuestarias de los países miembro reemplacen a una política monetaria exhausta ante la desaceleración. Esto es, aumentar el gasto para así favorecer el crecimiento. Eso sí: por parte de quienes tengan margen justificado para ello, advierte,  tal vez pensando en Madrid.

Adiós amargo

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