Prometer lo imposible

En estos días locos de reuniones y de pactos, de rayas rojas y “qué parte del no, no has entendido”, ahora que hasta la visibilidad de los escaños son moneda de cambio, nos llegan noticias –otra vez– del bueno de Alexia Tsipras, el griego al que ya le están montando huelgas sus votantes porque no tiene más remedio que recortar las pensiones, eliminar subsidios y subir el IVA. Y es Tsipras, la gran esperanza blanca de un nuevo socialismo, el hombre que llegó al poder para cambiar esta Europa que a tantos nos disgusta. Pues se ve que no.
Pero aquí seguimos empeñados en declaraciones vacías, en promesas fantásticas hechas por soñadores para un pueblo, el nuestro, que forma parte de un club que, nos guste más o menos, es hoy un seguro de vida. Aquí seguimos discutiendo si Pedro Sánchez logrará formar gobierno, si Pablo Iglesias será o no vicepresidente, si los independentistas catalanes se abstendrán o votarán que no.
Y lo entiendo, claro; es lo más inmediato, lo que corre más prisa y lo que ofrece titulares y moviliza las tertulias. Pero habría que ir un poco más allá, porque quien es hoy protagonista de la cosa, el secretario general del PSOE, ha vuelto a repetir hace unos días –y casi en plan ya presidencial– las grandes líneas de su programa. Y naturalmente es un programa que uno firmaría encantando salvo por esa pequeña estupidez que se llama realismo.
Vamos a dejarnos de nombres y de cargo, de siglas e intereses; vamos a pedir que nos expliquen cómo se deroga en un día la reforma laboral y, sobre todo, por qué se sustituye, pero no sólo aquí dentro sino en Bruselas que sigue pidiendo, insaciable, más y más ajustes. Vamos a pedir que nos expliquen con qué se va financiar la ley de Dependencia que nació agonizando y murió con el Partido Popular. Vamos a pedir que nos digan de dónde saldrá el dinero para subir el salario mínimo, las pensiones y esa especie de subvención genérica la llamen como la llamen. Que nos digan cómo se va a negociar con empresas privadas y en un marco de legalidad europea para que todo ciudadano tenga acceso a luz y gas aunque no lo pueda pagar. ¿Es que no me parece justo que eso sea así? ¿Cómo no va a parecerme justo; justo y necesario y urgente, eso y mucho más. Lo único que pretendo es que nos expliquen cómo se va a hacer, si desde dentro de Europa –a la que ya conocemos y si no que lo pregunten como decía antes a Tsipras– o desde fuera o tal vez nacionalizando empresas a dedo tipo Chavez/Maduro.
Porque lo que no vale es fiarlo todo a una reforma fiscal y al demagógico que paguen los ricos porque ni así salen las cuentas. Yo firmo todas las reformas necesarias siempre que me digan cómo se van a hacer, en qué plazos, con qué dinero. Solo quiero saber eso porque –no hay más remedio que volver a Grecia– ya se ve que con sólo voluntad y palabras las cosas no funcionan como uno quiere.
Este es un mundo injusto y habrá que cambiarlo, pero no confío mucho en que puedan hacerlo los que ahora negocian el gallinero del Congreso. La globalización no es ni buena ni mala, sino un hecho; lo mismo que es un hecho la Europa del euro. Los pueblos necesitan soñadores, pero mientras nos acercamos a los sueños lo que no es de recibo es prometer lo que ya se sabe que es imposible.

Prometer lo imposible

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