La estafa de las preferentes

Cuando se avecinaba la crisis, los bancos, los primeros en saberlo, comenzaron, como flautistas de Hammelin, a colocar a toda costa un producto denominado “participaciones preferentes” como una inversión sin riesgo, que, decían, podría venderse cuando se quisiera y que era como un depósito pero con rentabilidades más elevadas. Un chollo.

Muy al contrario, se trataba de un producto nocivo, donde ya su propia denominación es engañosa, pues ni se ofrecen a clientes preferentes, ni gozan de preferencia en el cobro; y tienen una serie de características desfavorables para los compradores: son perpetuas, o con vencimientos de más de 10 años; en caso de graves problemas de solvencia, la empresa puede liquidarlas por debajo del precio de emisión; el pago de la remuneración está condicionado a que el emisor tenga beneficios; y, por si fuera poco, no están cubiertas por ningún fondo de garantía.

Con tales mimbres, el personal bancario ofrecía las preferentes a sus clientes, en la mayoría de los casos seleccionados por su vulnerabilidad y facilidad para ser engañados –personas mayores, próximas a la jubilación o ya jubiladas, emigrantes, o de poca formación– que no las necesitaban y que ni conocían sus particularidades. Personas que, al necesitar liquidez, descubrían, en la letra pequeña, horrorizados, que lo que en realidad habían firmado no se correspondía para nada con lo que el banco les había prometido.

Actualmente hay unos 3 millones de personas afectadas, y la recuperación de su dinero es, casi, misión imposible. Se hablaba de una quita, y, últimamente, de su obligatoria conversión en acciones, con pérdida mínima del 30% de su valor. Pero sí algo está claro, es que ni la banca, ni los banqueros, responderán penalmente por estos hechos; porque, como decía Quevedo: “donde no funciona la Justicia, es peligroso tener razón”.

En resumen, ¿qué apellido tendrá la próxima estafa financiera?

 

La estafa de las preferentes

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