Año perdido

Es tiempo de balance. De balanza. De colocar en un plato lo bueno y en el otro, lo malo. Y de esperar a que el fiel se incline hacia lo positivo, cuanto más, mejor. Vaya por delante, y de aquí en adelante, mi deseo de que para todos los coruñeses el año haya sido rico en esperanzas, fértil en proyectos personales y fecundo en sueños realizados. Pero dejando pasar la luz por el prisma del Ayuntamiento, y a expensas de un puñado de días para cerrar el inventario, 2018 ha sido un año perdido para A Coruña y para todos los coruñeses. Bueno, para la mayoría de los coruñeses, exceptuando los amigos firmantes de la Marea. La ciudad ha caído en la desidia de un Gobierno local incapaz de gestionar lo ordinario y de responder ante lo extraordinario. Tocado por los escándalos y empantanado en promesas que no pasan de la ficción.
Empezando por lo más reciente, y como paradigma de la inacción, cambiaremos el taco del calendario sin presupuestos municipales ni perspectiva de que los haya a corto plazo. Cualquier otra consideración acerca de un alcalde resignado a renunciar a la única herramienta que puede mejorar la vida de sus vecinos es lluvia sobre charco. Cierto es que la mera aprobación de un presupuesto no garantiza nada. No hay más que repasar las cifras de ejecución de estos años. Pero al menos, disimular. Podríamos resignarnos. Pero no; yo no me resigno. Lo que va quedando atrás deja un rastro de frustración. Una sensación de experimento fallido. Hemos visto este año como llegaban a los juzgados dos escándalos como la cesión de la antigua prisión y la compra de pisos. Acabamos de perder 15 millones destinados a la inversión por no cumplir con el plazo de pago a los proveedores. ¡Qué limpia y bonita estaría nuestra ciudad si hubieran invertido algo de esos 15 millones, en limpiar, arreglar, mimar y cuidar a esta gran ciudad que tanto queremos…! La ciudad salta a los titulares por conflictos laborales, por anuncios de cierre, por atascos, por tragedias en el Orzán, por levantamiento de alfombras florales, por concursos peculiares y por agravios comparativos en los que la ciudad siempre lleva las de perder. Los intentos por contrarrestar esta espiral descorazonadora no pasan de la pirotecnia. Anuncios sin fechas concretas ni hojas de ruta, formulados desde la falta absoluta de diálogo con el resto de administraciones y con la esperanza de que el roce haga saltar la chispa del conflicto para tener la excusa perfecta.
Este 2018 tampoco ha sido el año de la remodelación de Alfonso Molina, ni del centro de salud de la Falperra. No ha sido el año de la Intermodal, ni el de un nuevo mapa de buses urbanos. No ha sido el año del Remanso, ni de los mercados municipales. No ha sido el año de la adjudicación del tren a Langosteira, ni el de la recuperación del espacio municipal de la Fábrica de Tabacos. Cuesta hacer examen de conciencia en una ciudad en la que, pese a todo, sigue imperando el optimismo. Porque los coruñeses, la inmensa mayoría, tenemos mil buenas caras que mostrarle al mal tiempo. Somos muy de ver el vaso medio lleno y de confiar en que lo mejor está aún por venir. Por eso, punto y aparte. Por estadística, y por necesidad, detrás de un año perdido tiene que llegar un año para ganar. Decía el sabio de la calle que el agua pasa, pero el río queda. Prefiero mirar hacia delante y pensar que vendrán tiempos mejores. Que Coruña tiene la suficiente energía y el entusiasmo necesario para cambiar su destino y que volveremos a ser la ciudad que fuimos: orgullo de los coruñeses y envidia de los forasteros que, como es bien sabido, aquí no existen.

Año perdido

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