Los diez españoles más ricos

Esa máquina de picar carne que se llama Twitter se ha cebado en la lista de los diez españoles más ricos. Lo comprendo: la envidia es el deporte nacional, pero también la desigualdad económica es una característica de este secarral llamado España. El españolito medio, enfrentado a las fortunas de vértigo de los ricos-ricos, queda a la altura de las hormigas en un partido de la NBA. Y es cierto: quite usted excepciones y comprobará que la mayor parte de esos multimillonarios son desconocidos para el gran público.
Recientemente realicé una encuesta entre más de doce mil estudiantes de Bachillerato y FP: ¿por dónde, hacia dónde van nuestros jóvenes? ¿Qué quieren ser de mayores? Descubrimos que el personaje más admirado es Amancio Ortega, el retirado presidente de Inditex. ¿Por haber sido un emprendedor que ha logrado dar trabajo a cientos de miles de personas, que ha generado riqueza y productos de consumo apetecibles? No, no y no. Profundizando en las respuestas obtenidas, llegábamos a la conclusión de que los chicos y las chicas lo admiran porque es el más rico.
Viendo la lista, uno se pregunta si nuestras grandes fortunas no se sentirán alguna vez atraídas por el ejemplo de Bill Gates y se mostrarán más “distributivas”. Hay que repartir sabiamente, que no es lo mismo que repartir sin más. Confieso mi simpatía por algunos de los integrantes de esa lista, en la que algún otro no debería estar para no convertirse, aunque fuese colateralmente, en ejemplo perverso de nuestros emprendedores e innovadores. Pero esa simpatía que siento por una mayoría de los top ten no puede impedir que me pregunte si una mayor transparencia, una más patente cercanía a las gentes de a pie, no sería recomendable para esos duendes de las finanzas y dueños de arcanos contables que usted ni yo sospecharemos nunca, por mucho que vivamos.
No pueden quejarse los ricos de la desafección de quienes no lo son tanto: el empresario español quizá mereció, pero espero que ya no, aquella imagen de explotador con chistera, bigotillo franquista y hasta látigo para fustigar al obrero. Tópicos del pasado: el empresario, como el emprendedor, es necesario para una sociedad. Ahora, que se esfuercen en convertirse en ejemplo a seguir, una transformación que no se consigue solo con unos potentes gabinetes creadores de imagen. Ellos viven de los consumidores: para que estos los quieran, primero tendrán que querernos algunos de ellos a los consumidores, digo yo.

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