CENIZAS

Tiene en la mirada la tristeza infinita. La que asoma cuando se ha ido el brillo de la esperanza. No hay nada que ver. Solo la desolación de un mundo en gris y negro. Está rodeada de muerte. Sus ropas de luto vuelven a cobrar un doloroso sentido. El pañuelo que le cubre las canas enmarca su rostro sin edad. Ha perdido la cuenta de los inviernos entre vientos que silban su camino y ramas que se agitan al compás. Ahora solo queda el silencio de un cementerio de ceniza y esqueletos.

Contiene las lágrimas al pensar que no volverá a ver la fraga como era. Tampoco sus hijos, o los hijos de estos. Quizá nunca vuelva a ser igual

 

Las campanas no tocan a muerto. Podrían. Está sentada en un erial, la vista no le alcanza para descubrir una señal de vida. También ella se siente morir un poco. No es difícil, se contagia de la pesadumbre que lo cubre todo. Respira el olor a quemado. Se le antoja que es olor a cadáver. Ella lo vela, inmóvil sobre un tronco calcinado. No quiere tocar los árboles y que se deshagan al contacto con sus manos, el polvo parduzco manchándole los dedos; confirmando que la tragedia es real. Observa, nada más. Sin atreverse a despedirse, paralizada por lo que parece un mal sueño.

No entiende de grandes discursos, ni de hombres con gesto afectado a los que fotografían en el lugar de la catástrofe. Sabe de llamas que devoran y de brazos que forman una cadena para llevar agua. De luchar contra el fuego hasta que los ojos te lloran por la impotencia tanto como por el humo. De huir de un paraíso amenazado y volver a un desierto. Aunque no querría saber.

Le han dicho que alguien prendió el bosque. Tres focos. Tres heridas fatales que lo condenaban sin remedio. No se explica por qué querrían destruir algo hermoso. Quién querría convertirse en un asesino. Le dicen que hay personas sin alma que hacen arder el monte para luego poder apagarlo; que el hambre aprieta. Reza para que no sea cierto. Le atormenta la idea de reconocer entre sus vecinos a un criminal.

Contiene las lágrimas al pensar que no volverá a ver la fraga como era. Tampoco sus hijos, o los hijos de estos. Quizá nunca vuelva a ser igual. Quizá la tierra yerma recuerde para siempre la maldad humana.

Como una cicatriz. Llora al fin al pensar que ella encontrará esa maldad cada día en la ausencia del paisaje al que pertenece. Ya solo quedan recuerdos.

Llega gente con cámaras que inmortaliza lo muerto. Las astillas crujen a su paso y cada pisada forma una nube grisácea. Apenas se fija en ellos. Sombras que enseguida regresarán a su mundo.

Antes que ellos llegaron otros, con uniformes, que le dijeron que ya no tenía nada que temer. Pero tiene miedo. No sabe cómo reconstruir un hogar hecho cenizas.

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