RESIGNACIÓN E INDIGNACIÓN

 El pesimismo y la resignación son enemigos natos de la acción política. El pesimismo engendra melancolía y depresión; la resignación, incapacidad y conformismo. Ambos estados de ánimo son contrarios a la voluntad de acción, que es el principal motor de la política.
La mayor dignidad del político consiste en trabajar apasionadamente al servicio de la sociedad. Es esa una misión abnegada de entrega y sacrificio que se acepta y cumple voluntariamente y con ánimo resuelto y decidido. En esa actitud consiste la auténtica vocación del político, a diferencia del mero ejercicio profesional. Como dice Emilio Lledó, el político “debe darse a los demás, entregarse a los otros”.
La resignación, como renuncia anticipada a afrontar y resolver las desigualdades y desequilibrios sociales, lejos de ser una virtud, es hacerse cómplice de las injusticias sociales. Renunciar a mejorar la sociedad es contribuir a perpetuar situaciones injustas. La resignación es, en consecuencia, contraria a la indignación. Es conformarse con la realidad, renunciando a modificarla y mejorarla.
Los resignados son los descontentos con la situación que no hacen nada para remediarla. Aceptan la derrota antes de intentar luchar para evitarla. Son fatalistas o pacientes pasivos.
Los indignados, por el contrario, son los descontentos con la situación, que se movilizan y rebelan contra ese estado de cosas y, desde plataformas de la sociedad civil o movimientos asamblearios, denuncian las injusticias sociales y promueven movimientos de masas en reivindicación de reformas y mejoras demandadas por la sociedad y que no atienden los políticos en activo. Como dijo Huxley “las personas debemos el progreso a los insatisfechos”. 
Resignarse ante la adversidad es una actitud estoica, según Epicteto, pero  como virtud cristiana, es duramente criticada por Nietzsche que distingue la moral de los señores, elitista o aristocrática, propia del superhombre y la moral de los esclavos, integrada por los conceptos de resignación, compasión, piedad y humildad, propios de la moral cristiana.
En cuanto al pesimismo, resulta paradójico que en autores como Schopenhauer, campeón del pesimismo antropológico, coexistan el concepto de la vida, como sufrimiento o mal perpetuo que “más valdría no haber nacido” y su enérgica defensa de la voluntad, como factor esencial de la actividad humana.
El pesimismo tiende a percibir todo lo que nos rodea bajo el prisma de lo inevitable, lo que conduce a la depresión e, incluso, a la desesperación. Pesimista es el pusilánime que no confía en sus propias fuerzas y capacidad. 
El pesimismo se refugia en la inacción y contempla el desarrollo y las necesidades de la sociedad, como algo ajeno a sus preocupaciones e interés. Es puro conformismo que, en última instancia, denota despreocupación por la mejora y perfección individual y social de la humanidad. La resignación es el nihilismo de la voluntad y la indignación, el principal móvil de la acción.

RESIGNACIÓN E INDIGNACIÓN

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