Imposturas

Una concejala de Valencia se ha hecho famosa por darle coces a la gramática en un texto con el que se despedía de su cargo. El recochineo fue general por ser la dama en cuestión la titular del área de Cultura. Pero no es la primera vez ni será la última que un político comete disparates de este tipo. En Galicia tenemos varios ejemplos.
Desconocemos los méritos presentados por esta señora para dirigir ese departamento. En principio, se supone que los de andar ramoneando por los predios del partido o arrimarse a buen árbol. La mujer, que también es la presidenta del Palau de la Música, podría pasar perfectamente por una de esas amojamadas damas burguesas que acuden galvanizadas con laca a toda cuanta exposición, presentación o conferencia incluya vernissage –es decir, manduca gratis–, para asaltar sin contemplaciones las bandejas de canapés, una acción que requiere un alto grado de habilidad, astucia y grandes conocimientos de estrategia.
Tal vez fue en situaciones como esas donde la mencionada edil adquirió, acaso por ósmosis, una pátina cultural, lo justo para engatusar a alguien mientras nadaba a favor de lista cerrada. Quod natura non dat, factio praestat.
Esta señora se une así a la larga lista de bocazas expertos en emitir sonoros rebuznos. Pero no pasa nada. Ante las críticas, el político, cuya cara suele estar barnizada con tungsteno, ni se inmutará, dando la callada por respuesta, sin pedir disculpas o, si el alboroto que provocan sus palabras se dispara, justificándolas con gracejo y simulada autocrítica.
También suele cargarle el muerto a otro. Forma parte del cometido. Aunque lo cierto es que pasados unos días de guasa o indignación las memeces quedarán en una anécdota y acabarán disueltas en un torrente de información.
Es lo que hay cuando se multiplican las administraciones y adquieren dimensiones mastodónticas: hay que cubrir miles de puestos y funciones, por lo que por ahí se puede colar de todo. Sólo queda confiarse a las estadísticas. Que las proporciones sean clementes y que la cifra de zoquetes no se imponga a la de capaces o que el número de corruptos no supere al de honrados.
Es un mundo de impostura, donde nada es lo que parece y en el que nadie es lo que dice ser. No importa que la más alta dignidad de un estado haya sido desempeñada por grises picapleitos o anodinos funcionarios; que notables ignorantes ostentasen los principales cargos del país; que excelsos tarugos hagan y deshagan a su antojo; que manifiestos incompetentes tengan en sus manos a toda la sociedad o que homúnculos lunáticos acogoten a unos ciudadanos cada vez más indefensos y desconcertados mientras unos espabilados se aprovechan y se enriquecen con descaro.
Pero eso sí, todos trabajando de manera sacrificada por el bienestar general. Disculpemos, pues, sus meteduras de pata. Ante todo son profesionales. Y Dios nos guarde de que nos gobiernen amateurs, dicen.

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