Reportaje | Una veintena de ciudades encuentra las claves para terminar con el problema del botellón

Reportaje | Una veintena de ciudades encuentra las claves para terminar con el problema del botellón
El botellón ha sido una constante de los fines de semana coruñeses desde hace años | aec

El del botellón es uno de los problemas comunes a cualquier ciudad española, O casi. Porque en una veintena de urbes han dado con la clave que convierte en apenas un recuerdo las escenas de las plazas y parques salpicados de botellas y vasos de plástico.
A Coruña, que suele amanecer un par de días a la semana con los restos visibles de la fiesta nocturna en los jardines de Méndez Núñez, no escapa a la preocupación por la actividad etílica de los jóvenes. A pesar de que desde el actual Gobierno local consideran que la situación está “bastante estabilizada” y aseguran que tanto las sanciones a menores como los destrozos son “insignificantes”, vecinos, padres, educadores y profesionales de la salud insisten en la importancia de erradicar el botellón de las calles herculinas.
La educación de los adolescentes es la base de las soluciones que suelen repetirse cuando se trata este asunto, pero una vez que se deja atrás esta posibilidad las alternativas de las localidades españolas que han atajado el conflicto pasan principalmente por las leyes y el control. Y junto a las medidas coercitivas, otras que establecen espacios específicos para el consumo de alcohol y proponen planes que acaban con esta práctica.

1 Ordenanzas reformadas y sanciones ejemplares
Murcia fue la ciudad pionera en la creación de una ordenanza municipal que multase por beber en la calle. Desde que en 2005 comenzaran a imponerse sanciones de 150 euros han recibido este castigo más de 21.300 personas. Con la misma cantidad se pena esta actividad en Salamanca desde 2007. Badajoz apuesta por multas de 120 euros para quien consuma alcohol en la vía pública y Jaén eleva la cuantía hasta los 300 euros. Madrid, por su parte, se muestra mucho más contundente en sus castigos y multa el consumo de alcohol en las calles con 600 euros.
Sin necesidad de sanciones tan abultadas, Toledo le puso coto al botellón a través de su “ordenanza cívica” de 2006 a base de multas de 60 euros y el programa “El botellón nos deja por los suelos”, que reunía a jóvenes, padres, hosteleros y políticos en busca de soluciones consensuadas.
La Ley Antibotellón de Extremadura también acabó con los miles de jóvenes que bebían en el casco urbano de Cáceres, donde el botellón se ha reducido a pequeños grupos y momentos puntuales.
Al margen de su efectividad en otros lugares de España, la de las sanciones no es una opción que atraiga al Gobierno de la Marea, que en repetidas ocasiones ha rechazado esta vía como solución al problema del botellón. Las únicas multas que impone el Ayuntamiento por consumir alcohol en la vía pública son para los menores. E indica que estas no llegan a un centenar al año.

2 Controles policiales más numerosos y frecuentes
La presencia policial es la forma más contundente de terminar con los botellones. En las ciudades en las que no está permitido beber en la calle, las patrullas se encargan de disolver las concentraciones de jóvenes.
Es el caso de Badajoz, donde los controles son intensos, o Murcia, donde los agentes aseguran que han conseguido erradicar las grandes quedadas.
En Zaragoza, el centro está libre de botellones y solo se realizan ya en puntos escondidos de forma puntual y en Salamanca, donde solo se permite beber en la calle en la Nochevieja universitaria y en determinadas fiestas, el cerco es casi total.

3 Botellódromos para alejar la bebida de las calles
Los botellódromos comenzaron a proliferar a raíz de la Ley Antibotellón de Extremadura de 2003 y de Andalucía de 2006. La idea de que los ayuntamientos habilitasen recintos para beber, no exenta de polémica en sus inicios, acabó funcionando en ciudades como Granada, Jaén o Málaga, que, no obstante, acabaron cerrando estos espacios.
En Badajoz, todavía está activo el botellódromo del recinto ferial de la Caya, el único espacio de la ciudad en el que se puede beber desde el año pasado.
Cádiz prevé despedirse de su botellódromo el mes que viene, ante la escasez de uso. Aunque hasta ahora ha cumplido su función: en los cerca de diez años que estuvo activo las calles se fueron vaciando de jóvenes bebedores.
El habitual aislamiento de los botellódromos, que no solo suelen estar alejados del centro de las ciudades sino que por lo general se ubican en el extrarradio, es el principal punto en contra de la medida. El Partido Socialista propone para A Coruña un recinto al que los usuarios puedan llegar en autobús (gratuito) y que combine el ocio alternativo –deporte, música y videojuegos– con el consumo controlado de bebidas alcohólicas.

4 Mobiliario urbano contra las concentraciones
Valencia desterró el botellón de sus calles con bancos individuales. Tan sencillo como evitar que los jóvenes tuviesen dónde acomodarse en grupo.
Separados por seiscientos kilómetros, Valladolid y Orihuela encontraron la misma fórmula para que sus zonas públicas dejasen de estar colonizadas por grupos de bebedores: la luz. Ambas ciudades aumentaron la iluminación en solares y plazas escondidas con el objetivo de eliminar puntos conflictivos. La media permitió no solo evitar el consumo de alcohol sino también el de sustancias estupefacientes.
La necesidad de acabar con las zonas potencialmente peligrosas es una demanda vecinal repetida a lo largo de los años en A Coruña. En algunos casos, las reformas han servido no solo para evitar los conflictos, sino para revitalizar los barrios.

5 La complicidad de la hostelería: precios baratos
La falta de capacidad económica de los jóvenes los aleja de los locales de hostelería y provoca un escenario de botellas en bolsas de supermercado y concentraciones al aire libre. Necesaria o no en la actualidad, la práctica se mantiene y las zonas verdes le ganan la partida a los bares. En otras ciudades los gobiernos locales optaron por abrir una negociación con los hosteleros que resultase beneficiosa para ambas partes: los vecinos recuperarían sus espacios públicos y los establecimientos volverían a tener clientes.
Málaga representa uno de los ejemplos del éxito de esta medida. Organizó los denominados “botellones elegantes”, en los que los locales reducen los precios de las consumiciones a primera hora de la noche para captar jóvenes que quieran beber bajo techo.
Con la misma iniciativa se ha puesto fin al botellón en Cáceres, donde una competencia entre los bares cada vez mayor ha rebajado de forma notable los precios de las copas.

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