Cuchi no es una marca al uso. Es un universo de cosas pequeñas, divertidas y únicas que nacen del taller casero (y del corazón) de Xoana Pousa, artista gallega que decidió que lo suyo era crear sin pedir permiso. Figuras de porcelana, camisetas estampadas a mano, collares de cerámica, pañuelos serigrafiados, chapas, postales, parches, estuches verticales, pegatinas, prendas upcycling… La lista no para. Y, como ella misma dice: “Sí, la verdad es que es un poco popurrí”.
La historia de Cuchi arranca de forma casi casual en los pasillos de la Facultad de Bellas Artes de Pontevedra, donde Xoana estudió entre 2014 y 2018. “La primera camiseta que serigrafié fue en 2015. Fue casi como un juego, probando en el taller de grabado”, recuerda. Pero como muchas cosas que empiezan entre risas, se fue volviendo seria. Con la necesidad de seguir creando tras la carrera, empezó a producir piezas pequeñas, fáciles de almacenar y vender. “En casa de mi madre no podía tener cuadros enormes, pero sí podía hacer chapas o parches”, añade.
El proyecto ha ido creciendo a su ritmo. En 2024, tras finalizar un ciclo superior de Patronaje y Moda, Xoana decidió volcarse del todo. Hoy en día Cuchi ofrece también talleres de estampación, colaboraciones con marcas y tiendas, diseño de cartelería y participación en mercados como los Ecolóxicos e Sostibles de A Coruña. “Ahora sí puedo estampar en casa, aunque con una sola máquina de serigrafía de una estación, pero me las apaño. Mi objetivo es tener un taller propio. Un espacio creativo abierto”, sueña en voz alta.
Más allá de los productos, Cuchi tiene una filosofía clara: lo manual, lo sostenible, lo imperfecto como virtud. Desde camisetas intervenidas con materiales reciclados hasta pañuelos con ilustraciones inspiradas en bordados de su abuela, cada pieza está atravesada por un cariño evidente. “Lo del upcycling me encanta. Me parece importante que si vamos a hacer moda, al menos intentemos que sea más consciente”, explica.
Y en medio de todo, está Lady Tomate, un personaje que Xoana ha convertido en símbolo de este universo: una reinterpretación colorista de una damisela de tapete, con tomateras en lugar de flores. El pañuelo que lleva su imagen es uno de los productos más elaborados: “Cada esquina está serigrafiada, y luego sello tomate a tomate con esponja, uno a uno. Ninguno es igual al otro”.
El nombre Cuchi, por cierto, surgió sin grandes planes. “Yo quería llamarlo Xoaniña, para hacer un guiño a mi nombre, pero había mil marcas que ya se llamaban así. Al final, en redes me llamaban Cuchi y me pareció que tenía ese puntito tierno, pero también raro. Me interesa mucho esa línea entre lo adorable y lo feo, lo cuqui y lo punk”, cuenta entre risas.
Todo esto se refleja en su estética: jarrones con Pikachus deformes, gatos con navajas, y mucho humor irónico. Pero también en el fondo de todo lo que hace: “A veces se penaliza lo amable, lo sentimental. Y a mí me parece que la ternura también puede ser política. Que lo hortera puede ser un acto de resistencia”.
Encontrarse con Cuchi es fácil si sabes por dónde mirar: puedes seguirle el ritmo en redes (@cuchiflainas), o dejarte caer por alguno de los mercados donde monta su pequeño universo (el 6 de julio en Campo da Leña, el 13 en la plaza de Azcárraga, y el 3 de agosto de nuevo en Campo da Leña).
También participa en talleres organizados junto a la Asociación Cultural Autobán, como el Club de Debuxo, una cita mensual con el dibujo que este sábado se celebra en colaboración con Votanikals, la tienda de plantas y flores del Mercado de San Agustín. Será una edición temática: intercambio de esquejes, plantas por todas partes y muchas ganas de dibujar. Y lo mejor: siempre es gratuito. Una excusa perfecta para mancharse las manos y salir con algo vivo.
Además, Cuchi también imparte talleres de estampación por su cuenta, según el momento y el lugar. El último, por ejemplo, fue en el mercado Buena Pregunta, organizado en A Tobeira de Oza, una librería preciosa especializada en libros de segunda mano.