El concepto de karma es una idea profundamente arraigada en muchas culturas alrededor del mundo. Se entiende comúnmente como una forma de justicia divina, una creencia de que las buenas acciones serán recompensadas y las malas serán castigadas. Esta noción dibuja un universo moralmente equilibrado donde, tarde o temprano, cada uno recibe lo que merece.
Sin embargo, una nueva investigación publicada por la Asociación Americana de Psicología revela una perspectiva intrigante: esta creencia en el karma se aplica de manera significativamente diferente cuando se trata de juzgar nuestras propias vidas en comparación con las de los demás.
La creencia generalizada en el karma, incluso en sociedades occidentales donde no es un principio religioso central, sugiere un anhelo humano fundamental por un universo ordenado y justo. Esta necesidad psicológica podría explicar por qué la idea de que nuestras acciones tienen consecuencias morales resuena en tantas personas, independientemente de sus creencias religiosas específicas.
No obstante, la comprensión popular del karma a menudo difiere de sus orígenes más complejos y matizados dentro de las tradiciones religiosas y filosóficas de la India. Esta discrepancia entre la versión simplificada que muchos adoptan y las raíces más profundas del concepto sienta las bases para explorar los sesgos psicológicos que influyen en cómo interpretamos y aplicamos el karma en nuestras vidas.
La investigación, liderada por Cindel White, PhD, de la Universidad de York, se propuso examinar cómo las personas que creen en el karma aplican este principio a sus propias experiencias versus las de los demás.
El hallazgo clave fue que existe una marcada tendencia a aplicar la creencia en el karma con un sesgo de auto-servicio. Específicamente, los individuos son mucho más propensos a creer que los eventos positivos en sus propias vidas son el resultado de su mérito kármico. Por el contrario, cuando consideran eventos negativos que les suceden a otras personas, son más propensos a atribuirlos a un castigo kármico por sus malas acciones pasadas.
Para llegar a estas conclusiones, los investigadores llevaron a cabo varios experimentos con más de 2.000 participantes de los Estados Unidos, Singapur (budistas) e India (hindúes), abarcando así una diversidad de contextos culturales y religiosos.
En el primer estudio, se pidió a los participantes que creían en el karma que escribieran sobre un evento kármico que les hubiera sucedido a ellos mismos o a otra persona. Los resultados fueron reveladores: la mayoría de los participantes que escribieron sobre sí mismos relataron experiencias positivas, mientras que casi todos los que escribieron sobre otra persona describieron eventos negativos.
Un segundo experimento reforzó estos hallazgos. Se asignó aleatoriamente a más de 1.200 participantes para que escribieran sobre algo que les había ocurrido a ellos o a otra persona. Una vez más, la proporción de experiencias positivas descritas fue significativamente mayor cuando se trataba de la propia vida del participante en comparación con la de otra persona.
Además, un análisis informático del sentimiento de las palabras utilizadas en las narrativas indicó un tono más positivo cuando las personas discutían eventos kármicos en sus propias vidas.
Los investigadores plantearon la hipótesis de que dos motivaciones psicológicas fundamentales impulsan estas creencias sesgadas:
Esta observación proporciona evidencia empírica de cómo las creencias sobrenaturales, como el karma, pueden ser utilizadas estratégicamente para satisfacer necesidades psicológicas profundas, particularmente la de mantener una autoimagen positiva y la creencia en un mundo inherentemente justo.
Cuando las explicaciones seculares para la buena fortuna personal o el sufrimiento ajeno resultan insuficientes, la creencia en el karma ofrece un marco conveniente que se alinea con nuestros deseos psicológicos.
El concepto de karma tiene sus raíces en la antigua India y es un pilar fundamental en varias tradiciones dhármicas, incluyendo el hinduismo, el budismo, el jainismo y el sijismo. Esta idea se ha extendido globalmente, encontrando eco incluso en movimientos espirituales y de la Nueva Era en Occidente.
En sánscrito (कर्म, IPA: [ˈkɐɾmɐ]) y pali (kamma), la palabra karma significa literalmente "acción", "trabajo" o "hecho". Sin embargo, dentro de los marcos religiosos, se refiere más específicamente al principio de causa y efecto, donde las intenciones y acciones de un individuo influyen en sus experiencias futuras.
La noción central es que la buena intención y las buenas acciones contribuyen a un buen karma y a renacimientos más felices, mientras que la mala intención y las malas acciones conducen a un mal karma y a sufrimiento futuro. Este proceso a menudo opera a través de ciclos de muerte y renacimiento (samsara).
Es importante destacar que la comprensión del karma varía entre estas religiones:
En Occidente, la interpretación del karma a menudo se simplifica como una forma de justicia cósmica o "lo que va, vuelve". Es posible que esta visión esté influenciada por nociones cristianas de pecado y justicia retributiva, en lugar de la comprensión más matizada dentro de las tradiciones dhármicas que se centra en la causa y el efecto y la responsabilidad personal por las propias acciones.
Si bien muchas de estas tradiciones asocian el karma con la idea del renacimiento (samsara), algunas interpretaciones occidentales pueden ignorar el concepto de la reencarnación mientras mantienen una creencia en el karma.
Las diversas interpretaciones del karma en diferentes religiones y culturas resaltan su adaptabilidad como un marco para comprender la causalidad y las consecuencias morales, lo que describe diferentes cosmovisiones y objetivos soteriológicos (relativos a la salvación).
Las diferentes definiciones y los matices del hinduismo, el budismo, el jainismo y el sijismo, revelan tanto puntos en común (acción-consecuencia) como perspectivas únicas (el karma como sustancia en el jainismo, la importancia de la intención en el budismo, la voluntad divina en el sijismo).
Esto manifiesta la resistencia y el amplio atractivo del concepto. Dos caracterísitcas que permiten que diferentes culturas y religiones lo integren en sus sistemas de creencias existentes.
La comprensión occidentalizada del karma, a menudo separada de su contexto original de renacimiento y causalidad matizada, contribuye a su aplicación sesgada como un sistema simplista de recompensa y castigo en el aquí y ahora, lo que podría alinearse más estrechamente con nociones intuitivas pero potencialmente defectuosas de justicia.
La concentración de la visión occidental en la justicia inmediata y fácilmente comprensible podría hacerla más susceptible a los sesgos de auto-servicio, que también tienden a favorecer explicaciones más simples y gratificación inmediata.
La forma en que percibimos y aplicamos la creencia en el karma está significativamente influenciada por varios sesgos cognitivos fundamentales.
La interacción de estos sesgos cognitivos crea un marco poderoso para la interpretación auto-servicial del karma, reforzando la autopercepción positiva y una sensación de orden en el mundo.
El hecho de que estos sesgos sean aspectos fundamentales de la cognición humana significa que la interpretación auto-servicial del karma podría ser una forma natural, aunque potencialmente defectuosa, para que la mente humana procese información sobre causa y efecto y resultados morales, particularmente cuando se trata de la incertidumbre y la necesidad de mantener una autoimagen positiva.
La investigación sobre estos sesgos indica su omnipresencia y posibles raíces evolutivas, lo que sugiere que no son solo errores aleatorios, sino tendencias inherentes en cómo nuestros cerebros dan sentido a la compleja información social y las experiencias personales.
Esta aplicación diferenciada de la creencia en el karma puede tener consecuencias sociales y psicológicas significativas.
Este sesgo puede llevar a una falta de empatía y compasión hacia aquellos que experimentan desgracias, ya que su sufrimiento se atribuye fácilmente a sus propias acciones negativas pasadas, lo que potencialmente reduce la motivación para ofrecer ayuda o apoyo.
También existe el potencial de justificar las desigualdades y los prejuicios sociales, que muestra el éxito de ciertos grupos como resultado de su buen karma, mientras que las luchas de otros se atribuyen a su mal karma, reforzando así las jerarquías sociales existentes y las actitudes discriminatorias.
Además, si las personas atribuyen constantemente sus propias experiencias negativas a factores externos (o incluso a la mala suerte, evitando las explicaciones kármicas para sí mismas), podría haber menos introspección y una menor probabilidad de asumir la responsabilidad de sus acciones y realizar los cambios necesarios.
También se puede observar un aumento del orgullo y una sensación de derecho, junto con una reducción de la gratitud, cuando los eventos positivos se atribuyen únicamente al propio mérito kármico, en lugar de reconocer factores externos, las contribuciones de otros o incluso la simple buena fortuna.
Finalmente, si bien expresar una creencia en el karma podría inicialmente llevar a otros a percibir a alguien como más confiable, la investigación sugiere que esta percepción podría no alinearse con el comportamiento real.
La tendencia a descartar el sufrimiento ajeno como merecida retribución kármica puede disminuir significativamente nuestra disposición a ayudar y nuestra capacidad de empatía, lo que podría perpetuar las desigualdades sociales y dificultar la resolución de problemas sistémicos que contribuyen a las dificultades.
Al atribuir consistentemente nuestros propios fracasos a factores externos mientras atribuimos nuestros éxitos a nuestro buen karma, podríamos evitar asumir la responsabilidad de nuestros errores y perder oportunidades cruciales para el aprendizaje y la mejora, lo que podría conducir al estancamiento y a una autopercepción distorsionada.
Esta creencia sesgada se manifiesta en numerosas situaciones de la vida diaria. Por ejemplo, alguien podría atribuir su propio ascenso en el trabajo a su bondad inherente y a las buenas acciones pasadas, viéndolo como una recompensa kármica por su comportamiento positivo. En contraste, esa misma persona podría explicar fácilmente el despido de un vecino como una consecuencia directa de su "mal karma" debido a conductas negativas percibidas o malas acciones pasadas.
Los participantes en el estudio relataron sus propias experiencias kármicas positivas, como recibir ayuda inesperada o experimentar un golpe de suerte, mientras que al describir eventos que les sucedieron a otros, se centraron predominantemente en experiencias kármicas negativas, como un amigo enfrentando dificultades financieras o una figura pública envuelta en un escándalo.
En la vida cotidiana, esto podría traducirse en atribuir la propia buena salud al buen karma mientras se ve la enfermedad de otra persona como merecida, considerar una relación feliz como una recompensa kármica personal mientras se interpreta la ruptura de otra persona como una consecuencia kármica, o atribuir la propia riqueza al buen karma mientras se ve la pobreza de otra persona como resultado de un mal karma. Estos ejemplos concretos ayudan a ilustrar cómo operan estos sesgos en nuestra vida diaria y en nuestras interpretaciones del mundo que nos rodea.
Es crucial reconocer la trascendencia social y psicológica de esta creencia sesgada, incluyendo sus efectos en la empatía, los juicios sociales y la responsabilidad personal. Cultivar la conciencia de estos sesgos y esforzarse por lograr una perspectiva más equilibrada y compasiva al considerar el concepto de karma y su papel en nuestras vidas y en las de los demás, es un paso importante hacia una comprensión más justa y empática del mundo.