Que te vote el chapapote

Hoy es día de elecciones. Ya ha acabado la campaña electoral, gracias al cielo. Y ha acabado como Las Fallas, dándolo todo al final, quemando las naves y sacando el buen político todo lo que lleva dentro. Feijóo con una lumbalgia al saltar de la lanchita, Yolanda planchando y Pedro fregando, como en la canción de los Payasos de la Tele. Y con bien de políticos en bicicletas. 
 

Esta vez no han pasado los coches con megafonía anunciando los mítines multitudinarios de hace años. Todos conocíamos las canciones pegadizas de cada partido, soniquetes diabólicos que se te pegaban al cerebro más que “La noche entera” de marras. Ahora los políticos hacen raves festivaleras con pulserita y simpatizantes actuando, bailotean en las tarimas, nos hablan como si fuéramos párvulos, hacen memes, más bailoteos y más besos a lo Judas. Por lo menos en las raves ponen bollos preñados, que eso lo arregla todo. 
 

La controversia más curiosa ha sido el lema “Que te vote Txapote”. La Junta Electoral con un criterio totalmente lógico y legal ha prohibido las camisetas con la frase cuando muchos ya habían ido con su camiseta blanca al local de serigrafía a encargarlas y no podrán entrar en el colegio electoral con la gracieta. En fin, si fueran de Coruña bien podrían llevar una que pusiera “Que te vote el Chapapote” que aquí de eso sabemos mucho. Desde el Urquiola en 1976 (una de las peores catástrofes ecológicas de España, quizá la peor) hasta el Prestige en 2002, pasando por el Mar Egeo en el 92, los coruñeses pasamos media vida en la playa rascando las plantas de los pies de las manchas negras del chapapote. También las toallas. Y las chanclas. Algún cerebro privilegiado quiso meter el Prestige en el puerto de Coruña, como si no hubiésemos tenido bastante con los otros dos petroleros escarallados en nuestras rocas. Caballero, caballero, esa camiseta no está permitida. Señor agente, no pone Txapote, pone Chapapote, documentación, circule, circule. 
 

Se acabó la campaña electoral, se acabaron los debates y llega la hora de la verdad. Iremos a votar, los abajofirmantes también, y según salgan unos y otros las redes sociales se llenarán de “votáis mal” por aquí y por allá. Hoy es el día en el que no te toca el Euromillón pero sí ir a la mesa electoral y pasarte horas y horas de aburrimiento tachando nombres y pidiendo DNI, abriendo votos con rodajas de chorizo (ese clásico de la ranciedad), viendo a las monjitas con sus caras pálidas salir del convento, a los políticos sonreír a las cámaras, las familias antes del vermú que le pide al presidente que pueda votar Huguito que tiene 8 años y le hace ilusión, el pringado que madruga para irse con la bici mientras la parienta cocina el arroz al horno acaba prisionero en esa tela de araña que es el colegio electoral porque dos vocales y el presidente se han ido a la playa con la nevera llena de garimbas de Estrella. No madruguéis nunca. Podéis acabar tachando nombres y contando los votos del Senado que son un total desbarajuste. Y los votos por correo. Y perdiendo papeletas. Y corriendo a llevar todo al juzgado mientras la parienta te lleva un tupper con el arroz al horno y la morcilla y la rodaja de tomate arriba, coronando. 
 

Muchos estaréis de vermú en el bar mientras leéis esta columna que se proyecta al futuro. Escrita el sábado pero con ansias de domingo, solo puedo decir que hay que votar. No os voy a decir a quién porque para eso están ya los columnistas intensos, las redes sociales y los abajofirmantes. Hay que votar porque todo ese papel impreso no puede quedar ahí, abandonado. 
 

No cuesta nada ir al colegio electoral y buscar tu mesa, que es la que más cola tiene. Y además, al salir, siempre puedes quedarte en el bar del barrio y tomar el vermú. 

Que te vote el chapapote

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