Hace calor plomizo este mes. No más que otros veranos, pero es que una tiene un año más. Y todo añadido en edad supone un lastre para el cuerpo.
Sin embargo, a pesar del paso del tiempo, los veranos son para enamorarse. O no.
Una vez me contaron que recordaría los veranos de juventud como aquellos donde los días eran inmensos (en emociones, en vida) y que jamás volverían a repetirse. Pero no es cierto.
En cierto modo la historia de Leonard Cohen y Marianne Ihlen empezó un verano, pero lo relevante es que Leonard Cohen escribió una carta de despedida a Marianne, en su lecho de muerte a causa de una leucemia, y la canción “So long, Marianne”, como la muestra más incombustible de amor por alguien. Vale, los dos tuvieron otras parejas y estuvieron alejados muchos años, pero que alguien te dedique una canción (o varias) y te diga al final de tu vida: “Siempre te he querido por tu belleza y tu sabiduría” significa que no todo está perdido.
O la definición de paraíso para Johnny Clash aludiendo a su mujer June “Esta mañana con ella, tomando café”. Estuvieron 35 años juntos, y no fue la relación idílica que narra la película “En la cuerda floja’ por los problemas de alcoholismo de él. Aún así, él escribió en una carta: “Ella siempre ha estado allí con su amor, y ciertamente, me ha hecho olvidar el dolor durante mucho tiempo, muchas veces. Cuando oscurece, y todos se van a casa y las luces están apagadas, solo somos ella y yo”.
De hecho, con el paso de los años, asimilas que las historias de amor de verano no son eternas. Y que los recuerdos se desdibujan y uno quiere recordar lo que en aquel momento parecía la concreción del amor. No nos engañemos, los amores de verano están llenos de mentiras encubiertas y de promesas incumplidas. Dejemos paso a las historias verdaderas.
Creo que los veranos ya no son para enamorarse. Al menos las mejores historias de amor a mí me han ocurrido en invierno.
Los veranos son para leer libros como “El amor después del amor” de Laura Ferrero.
O para reflexionar sobre qué le dijo Bob a Charlotte en Lost in translation, justo en el último abrazo.
También son para entender que no merece la pena que alguien te hable de amor en verano. Porque lo que importa es que ese invierno, cuando el frío entumezca los dedos, te compre esos guantes para pasar las tardes oscuras.
Ya no son tiempos para enamorarse en verano. Pero no importa. Las mejores historias no necesitan edulcorantes de sol y playa. Sólo merecerá la pena si te escriben una carta, o te dedican una canción.
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