Salir del pozo

En las últimas horas nos hemos dado de bruces con una terrible realidad que recuerda mucho al lamentable caso del pequeño Julen que, tras caerse hace unos años en el interior de un pozo español, mantuvo en vilo a todo un país que-a pesar de todo-, nunca perdió la esperanza de que fuese rescatado con vida.


Lamentablemente no fue así y el pequeño falleció tras ingentes esfuerzos por recuperarlo, pero como la existencia es así de caprichosa y el hombre el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, esta vez ha sido la tierra marroquí la que se ha empeñado en retener en sus fauces a otro menor que, contra todo pronóstico, en la tarde del jueves tres de febrero todavía permanecía con vida.


Y contra reloj, nuestros más cercanos vecinos africanos, se afanan en administrarle agua y azúcar, al tiempo que trabajan por excavar un pozo paralelo desde el que poder acceder al menor y arrancarlo de las tripas de la tierra.


La vida de todos es un cúmulo de pozos y de socavones que es preciso sortear. Físicos o mentales, los agujeros negros nos rodean, nos esperan camuflados tras cualquier esquina y nos engullen cuando menos lo esperamos.


Confío en que el pequeño marroquí sea rescatado lo antes posible y también en que nos afanemos en tapar los pozos reales, tanto como en reparar los mentales.


Gracias a la pandemia que nos asola y que, poco a poco, parece esfumarse, hemos aprendido a tratar sin tapujos temas tan secretos como los vinculados a la salud mental, que no son ni más ni menos que fases oscuras por las que quien más o quien menos deambula o ha deambulado alguna vez.


Algunos son capaces de sortear esos huecos, otros de entrar y salir rápidamente de ellos, bastantes de quedar atrapados allí por un largo tiempo y, más de los que quisiéramos, de encontrar la muerte. Por ello es necesario que, al igual que nos ayudamos los unos a los otros en los rescates físicos, pongamos toda la carne en el asador para salvarnos los unos a los otros también en los mentales.


Pedir ayuda o, simplemente estar alerta de los cambios de ánimo que padecen los seres de nuestro entorno, puede salvar muchas vidas. Vidas metidas en pozos oscuros que no encuentran la salida, personas con sus mentes inmovilizadas por la falta de espacio, de ilusión o de perspectiva, y seres humanos que luchan a diario contra una soledad que a veces acaba por aplastarlos; componen a grandes rasgos a los habitantes de los pozos mentales.


Ayudemos a que nadie más se quede atrapado en ningún agujero. Démosle la mano al que está metido en un pozo físico, pero también al que lo hace en un socavón mental. Hablemos, acompañemos, animemos y hasta callemos.


Porque el simple hecho de estar y de saber que uno no está solo es suficiente para sentir ese abrazo de alma a alma que no solo reconforta, sino que salva vidas y que nos recuerda el verdadero significado de ser una persona con todas las letras.


*Begoña Peñamaría es diseñadora y escritora

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