La idea central del ensayo Síntese Xeográfica de Galicia de Otero Pedrayo, publicada por la Biblioteca do Seminario de Estudos Galegos, el 19 de junio de 1926, gira sobre una idea: fundamental: “El hombre es el paisaje. El hombre gallego es su paisaje, que lo envuelve y lo penetra, que lo explica y lo define. No se puede entender Galicia sin el sentimiento profundo de la tierra.” (“O home é a paisaxe. O home galego é a súa paisaxe, que o envolve e o penetra, que o explica e o define. Non se pode entender Galicia sen o sentimento profundo da terra”). Hay que significar que cuando el petrucio escribió esta sabia reflexión todavía existía el genérico neutro, hoy tendría que utilizar “ser humano”.
Los ourensanos, como buenos gallegos, son genuinos, gozan de un carácter peculiar, de una cultura propia, arraigada, pegada al territorio como pocos otros pueblos. Por eso un geográfo del alma gallega, como don Ramón, fue capaz de percibir y sintetizar algo inconmensurable “Unha paisaxe é un estado de alma feito visible, unha oración da terra”. (“Un paisaje es un estado de alma hecho visible, una oración de la tierra”). Sabemos pues que adentrarse en el alma de un pueblo, es hacerlo en el carácter forjado por la tierra y el tiempo. Y por eso, otro ourensano de raíz y rabia, Vicente Risco escribió “o sentimento da natureza en nós non é estético, senón relixioso. Os nosos penedos, as nosas fontes, os nosos carballos vellos non son para nós cousas fermosas, senón cousas sagradas.” (El sentimiento de la naturaleza en nosotros no es estético, sino religioso. Nuestros peñascos, nuestras fuentes, nuestros robles viejos no son para nosotros cosas hermosas, sino cosas sagradas.)
La plegaria que tenemos que entonar por el bosque quemado lo es por un espacio que no es solo madera y fruto; es también un espacio mágico, habitado por leyendas, meigas y espíritus. El verde de Galicia tiene en Ourense su máxima expresión de misterio y es sabiduría, instrucción, inspiración. Y es hogar y hábitat, acogedores y bellos como pocos; es economía también –agricultura, ganadería, vino, turismo; farmacopea; etc. Madre y Señora, la tierra es generosa y maestra severa, da pero exige, acoge y expulsa –no olvidemos la emigración y sus causas. como la crisis de la patata–. Esta relación la ha dotado en esa provincia gallega de una resiliencia casi geológica.
Como bien se sabe, el espíritu de los orensanos ante las catástrofes no es una reacción momentánea, sino la manifestación de una identidad profunda, un eco de la historia en el presente, una resiliencia casi telúrica. Intentando analizarlo diría que este espíritu se compone de una aleación muy particular: ante una catástrofe, como los terribles incendios que asolan sus montes, la primera reacción no es la del pánico que paraliza, sino la de una acción tenaz. Han visto la naturaleza arder y renacer incontables veces. Saben que tras el negro vendrá el verde, y que la espera no es pasiva, sino un tiempo de trabajo arduo y silencioso para reconstruir. Es una fortaleza que no se proclama, simplemente se ejerce.
Comento con Alfredo Conde, que en Ourense, como en otros muchos lugares de Galicia, la comunidad no es un concepto abstracto, es una realidad tangible en las aldeas y pueblos. Cuando llega el desastre, la ayuda no se pide, se ofrece. Se activa una red invisible pero extraordinariamente eficaz. El vecino deja lo suyo para salvar la casa del de al lado, se organizan brigadas espontáneas, se comparte el agua, la comida y el consuelo. Es una solidaridad pragmática, sin grandes discursos, que se resume en la expresión gallega de “arrimar o lombo” (arrimar el hombro, literalmente “la espalda”). Es la certeza de que la supervivencia del individuo está indisolublemente ligada a la del grupo. Los hórreos solidarios de las aldeas de Avión, de los que ya he hablado en otras ocasiones, así lo demuestran.
El orensano no es de aspavientos. Afronta el golpe con un estoicismo que a ojos extraños puede parecer frialdad o resignación, pero que en realidad es una forma de dignidad. No hay tiempo para la autocompasión cuando hay que salvar lo que se pueda. Y en medio del dolor, surge esa chispa inconfundible de la retranca: ese humor negro, esa ironía afilada que es, en el fondo, un mecanismo de defensa y una declaración de insumisión. Es una cultura ancestral, que les hace muy grandes como seres humanos. No debe olvidarse que Ourense es conocida como la Atenas gallega.
La tinta y la palabra han de servir también mantener viva la memoria de lo perdido y para exigir el compromiso de proteger lo que nos queda. Que sobre la ceniza, con el recuerdo de cada carballo y cada souto, volveremos a plantar no solo árboles, sino futuro. Es seguro que la memoria y el auga de nuestros ríos, que hay que administrar como un tesoro, regará las raíces de un Ourense que, como Galicia entera, se niega a morir. Con Curros volveremos a proclamar un maio de frores cuberto, le debemos castañas y verde a los niños del futuro.