Este agosto quedará en la memoria colectiva. El fuego devastador que ha asolado a buena parte de España ha dejado una terrible huella de destrucción y de dolor. De impotencia y perplejidad ante la voracidad de las llamas que con extraordinaria profesionalidad y sacrificio de los servicios públicos y de no pocos hombres y mujeres poco a poco han sido domesticadas.
Pero este fuego físico no ha sido el único. Ha habido otros fuegos que no arrasan tierras y haciendas pero que han supuesto un profundo agotamiento y desasosiego tanto entre las víctimas más directas como en el conjunto de la sociedad que con asombro y decepción han visto cómo la clase política se ha portado de manera absolutamente cainita, negándose mutuamente la buena fe, cuestionando eficacias ajenas y alentando broncas y discrepancias que lo único que delata es la falta de altura, la ausencia de la política con mayúsculas.
En lugar de establecer un ambiente de comprensión mutua se buscan, por un lado y por otro, culpables lanzándose acusaciones que no han apagado ni una sola llama y si han generado un ambiente muy insoportable. Qué infantil, que absurdo y qué mezquino hablar de los bronceados de unos, de la falta de previsión de otros como si hubiera sido fácil afrontar la terrible situación vivida sin cometer errores, sin que afloraran deficiencias, sin que en algún momento no fallara la coordinación.
Me pongo en la piel de quienes en primera fila han visto cómo sus territorios ardían sin compasión y creo que no ha habido alcalde ni presidente autonómico que no haya puesto lo mejor de sí mismo para paliar los estragos de unos incendios que han sobrepasado todas las previsiones y me niego a creer que desde el Gobierno central no se hayan facilitado los medios necesarios.
Pero la buena fe,la presunción de que el rival intenta hacerlo lo mejor posible ha saltado por los aires. Se busca con lupa los fallos ajenos y las palabras se desbocan generando un ambiente brumoso, casi irrespirable. Y nadie gana. Perdemos todos.
El Presidente ha propuesto un pacto de Estado sobre la emergencia climática y eso es empezar la casa por el tejado. Hay que hablar del cambio climático pero el paso previo para debatir de este asunto o de cualquier otro, no estaría mal alcanzar un pacto sobre las buenas maneras, sobre la necesidad de introducir un poco de sosiego en el debate político, máxime cuando se trata de abordar una tragedia como la vivida. Aquí nadie puede ir de inmaculado, nadie puede afirmar que su gestión ha sido la absolutamente correcta y sin una pizca de autocrítica compartida no hay pacto posible.