Un campo sembrado de cadáveres

Europa es un campo sembrado de cadáveres. Unos, más antiguos y otros, más recientes. En el barranco de Babi Yar, a las afueras de Kiev, se amontona la memoria de los 34.000, la mayoría pertenecientes a mujeres, ancianos y niños judíos, que en sólo dos días cosecharon a tiros los nazis en 1941. Un sencillo monumento construido recientemente recordaba a las víctimas de aquella matanza hasta que Putin lo bombardeó el otro día. Bombardeado y todo, hoy las recuerda más que nunca, pues otras víctimas nuevas, ahora también gentiles, van llegando simbólicamente a ese barranco que contiene la esencia del horror intemporal.


Europa es un campo sembrado de cadáveres, y el tiempo que ha estado más o menos en barbecho se nos antoja que ha pasado en un suspiro. Vuelve la siembra. Y vuelve, como siempre, de la mano de un psicópata poderoso y desalmado. Estos, los psicópatas, van cambiando, pero las víctimas no, las víctimas son siempre las mismas, las presas de la misma caza. En Babi Yar fueron asesinadas a tiros decenas de miles de personas: la más joven, un bebé de dos meses del que acaso no se recuerda el nombre, si es que le dio tiempo a tenerlo. Se trataba de eso, de borrar el nombre, al ser humano que nombraba y con ello su memoria, y de eso se trata también ahora, de borrarle la identidad a un país que recién había descubierto que lo era de veras, esto es, diverso pero unido y único.


Volando la antena de la Televisión próxima a Babi Yar, la máquina de destrucción rusa ha pretendido abolir también la memoria del presente: pegados a la pantalla todo el día en los refugios, los vecinos de Kiev no sólo seguían el desarrollo de los acontecimientos, por llamar así a los brutales ataques que padecen, sino también la construcción en circunstancias tan extremas de su identidad nacional, mancomunada, para afrontarlas.


Un actor, el presidente Zelenski, representaba en sus apariciones televisivas el papel de su vida, el de agavillador de las víctimas que se resisten a serlo, pero con la verdad y la honestidad que solo saben imprimir a sus actos los buenos actores.


Tal es, al parecer, lo que persigue Putin en Ucrania: borrar la memoria real del pasado (Stalin/Beria también mataron mucho allí, de hambre a siete millones de ucranianos), la memoria real del presente, e instalar en su lugar un futuro del que no haya nada digno de recordar. En vanguardia de esa máquina de matar que ha mandado a Ucrania van chicos que estaban haciendo la mili y que no saben dónde están, pero en la retaguardia ya se aprestan los sembradores chechenos y los mercenarios para la erradicación total, definitiva, de la memoria, la del pasado y la del presente, y de cuantos resisten y luchan por ellas. Maldita siembra.

Un campo sembrado de cadáveres

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