Apenas quedan unos vestigios, más allá de los arcos del Paseo de los Puentes, unas arquetas con “sobreparedones” en “un estado pésimo” en Almirante Mourelle y la denominada ‘Fuente de los Cristales’ en Visma, el manantial que en 1722 servía de punto de partida para el acueducto de San Pedro de Visma, cuya idea era extenderse hasta la plaza de la Harina. Durante siete años, el arquitecto técnico y exjugador deportivista Francisco Cobas Vázquez ha trabajado para unir los pocos hilos que pendían de la historia del acueducto, para reunirlos ahora en el libro ‘Al toque de campana de oración’, que presenta en el Espacio Avenida (19.30 horas).
La idea del libro, explica el propio Cobas, surge “porque no estaba contada”. “Al no haber información previa, partes de cero, no sabes por dónde vas a ir”, apunta el autor, que se ha pasado siete años inmerso en una investigación repartida por archivos de A Coruña, Madrid y Simancas.
“La ciudad en aquel momento crecía mucho, estaba en desarrollo”, indica Cobas, que recuerda que “había dudas de la gente que vivía”, ya que los censos de la época variaban ostensiblemente, en función de si se contabilizaban o no los batallones de los cuarteles y sus familias, por ejemplo. “La ciudad estaba aislada por la muralla y no tenía posibilidades dentro del recinto peninsular de obtener agua, porque sólo había pequeños manantiales, fuentes y pozos, pero no llegaban para el abastecimiento”, rememora el autor, que recuerda que cuando en 1722 se empieza a construir el acueducto de San Pedro de Visma, ya existía otro, “el de Vioño y Nelle, que era de Felipe II, mucho antes”.
Cobas recuerda que cuando se inició la obra, “empezaba en Visma, en el manantial, y terminaba en la plaza de la Harina, en Azcárraga, en una fuente que se hacía allí. Iba por la parte del Orzán, subía por la plaza de España, entraba por la puerta de Aires y entraba directamente en la plaza de la Harina, ese era el recorrido inicial, pero tuvo sus más y sus menos”.
Y es que el viaducto no se llegó a finalizar. “Hubo muchos problemas económicos, no llegó el dinero y la Iglesia se opuso de una manera contundente a colaborar, decían que era de ornato, demasiado bonita y costosa, y que la ciudad tenía fuentes suficientes”, recuerda. Los problemas con el clero fueron tales que incluso, en un momento dado, “amenazaron con excomulgar al intendente general”.
Sentado en el Paseo de los Puentes y observando los arcos del acueducto, Cobas recuerda que es uno de los pocos vestigios que restan de aquella obra del XVIII. Y aún así, ni siquiera en su totalidad, ya que para hacer las escaleras de uno de los lados se tapó uno de los tres arcos.
Hay otros dos recuerdos del acueducto. “En Almirante Mourelle hay unas arquetas que también tienen sobreparedones y tramos de cañería que están en un estado lamentable”, cuenta Cobas, mientras recuerda que también está el manantial de Visma, “la ‘Fuente de los Cristales’, que era la fuente primigenia, que se hizo para agrupar el agua del manantial”. La fuente, puntualiza, “está viva todavía, lo que pasa es que está semienterrada, está cimbrada, para que no se caiga. Tiene una bóveda que está hecha por Fernando de Casas, que fue el arquitecto de la fachada del Obradoiro”.
A lo largo de su investigación, hubo varios descubrimientos que Cobas no conocía y tilda de importantes. Es el caso de lo que se conocía como “quinta de los Padres de la Compañía de Jesús”, casi al inicio del acueducto. “¿Qué era? ¿Dónde estaba? Estaba en fuera de juego, me llevó un tiempo descubrirlo”, lo que le llevó a ubicar “un depósito general, que recogía el agua para lanzarla a la ciudad”.
Otra parte importante fue ubicar la entrada del acueducto a la ciudad, por el Campo de Carballo, en el entorno de lo que hoy es la plaza de Pontevedra. Lo localiza a través de varios mapas de la época, alguno incluso sin datar, y a través de documentos de los vecinos de la época, así como del arquitecto municipal Juan de Ciórraga. Gracias a todo esto “se descubre cómo el acueducto entraba en la ciudad y cómo era ese tramo en el Campo de Carballo, entraba pegado a lo que hoy es el Instituto Eusebio da Guarda, a diez metros de lo que era el baluarte del Caramanchón”.
Todo este trabajo le valió también el conocer la historia “compleja” que rodeó a la construcción, “porque hubo intervenciones tanto de los estamentos militares (en el momento del comienzo de la obra no había arquitecto municipal y se encargó un militar), como del civil, a través del Ayuntamiento y la Intendencia General, así como de la Iglesia”, por momentos el estamento más crítico con el ahora recuperado proyecto de acueducto.