Diego Saavedra llevaba toda su vida notando síntomas raros, pero no imaginaba que lo que le pasaba es que tenía esclerosis múltiple. Desde que era adolescente y, sobre todo, cuando estudiaba la carrera –una ingeniería técnica industrial–, notaba que le costaba cada vez más memorizar. “Iba sacando asignaturas pero a un ritmo muy lento”, recuerda en una conversación con El Ideal Gallego. Ese fue el primer síntoma de lo que llegaría años después: un diagnóstico. Entonces era 2007 y tenía 33 años. Aunque le causó cierto alivio ponerle un nombre a lo que le pasaba, el hecho de tener que dejar de trabajar le impactó especialmente. Con motivo del Día Mundial de la Esclerosis Múltiple, habla de su enfermedad, de la asegura que cada vez se conoce más, pero que aún hace falta que la gente comprenda bien sus múltiples síntomas.
“Mi punto de inflexión fue un día de caminata con amigos por las Fragas del Eume. Yo ahí ya no tenía equilibrio y me tiraba de árbol en árbol para agarrarme ante cualquier inclinación en el terreno”, recuerda. Él llevaba tiempo notando síntomas, incluso en el trabajo. “No aguantaba sin ir al baño o incluso me lo hacía por encima”, cuenta.
Cuando decidió ir al médico de cabecera, no tuvo la mejor de las respuestas. “Me preguntó si era hipocondríaco y eso que yo no iba al médico para casi nada. Ni me conocía la cara. Al final, me derivó al neurólogo, que ahí ya están más acostumbrados a ver estos casos y ya me dijo que o era esclerosis múltiple o un tumor en la columna”, explica.
Una punción lumbar determinó que se trataba de lo primero. “Hay gente que lleva fatal el diagnóstico, pero yo me quedé tranquilo porque no era paranoia mía, no me estaba imaginando nada porque ya tenía un nombre para lo que me pasaba y era esclerosis múltiple”, asegura.
La suya es primaria progresiva, lo que significa que empeoras progresivamente pero de manera constante. “Sabes que es degenerativo, pero no sabes de qué modo ni la velocidad”, incide Diego, a quien conseguir la discapacidad que le correspondía le costó bastante. “Me dieron un 16%, pero con eso no tienes derecho a nada. Al final conseguí el 33%, pero todo tarda bastante. Estamos hablando de años. Yo creo que con el diagnóstico ya te tenían que dar el 33”, pide.
Aunque en su caso hay síntomas evidentes, uno de los que más le gustaría que la gente entendiese es el de la falta de equilibrio. “Yo me iba para los lados y la gente pensaba que estaba borracho. La sociedad debería conocer más esta enfermedad para no que no piensen esas cosas raras”, asegura.
A Diego también le ayudó mucho conocer la Asociación Coruñesa de Esclerosis Múltiple (ACEM) . “Encuentras a gente que tiene características parecidas a las tuyas y te ayuda. Estás más acompañado”, asegura. Aunque su gran compañía diaria es su mujer, Mónica Vázquez, que se convirtió también en su cuidadora: “Tienes que apoyarte en la gente que tienes al lado”.