Aunque tendemos a pensar que lo que vivimos hoy no pasaba antes, lo cierto es que está casi todo inventado. La moda de utilizar términos prestados de otras lenguas, mayormente del inglés, para parecer más culto, más interesante o creer que se va a vender más, no es tan moderno como pueda parecer. Esto ya pasaba en A Coruña a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, cuando les gustaba poner nombres extranjeros para parecer más refinados. Por ejemplo, a los hoteles, que se llamaban Atlantic o Palace y que, unos cuantos años después, acabarían transformando su nombre en Atlántico y Palas, al igual que el Gran Hotel de Francia, que pasaría a ser el mucho más patriótico Hotel España.
Uno de los primeros hoteles modernos de la ciudad fue precisamente el Gran Hotel de Francia. Inaugurado en 1888, entre Juana de Vega y la calle Alameda, con fachada al Cantón Pequeño. El edificio, que había sido proyectado por el arquitecto Faustino Comes-Gay, era de los más lujosos de su época. Tal y como explica Luis M. Gurriarán en su libro sobre este hotel, “contaba con 60 habitaciones y restaurante, así como un abrevadero para los animales de tiro”, además de explicar que, entre otras personalidades, aquí se hospedó el rey Alfonso XIII en su visita en 1909.
Era uno de los grandes alojamientos de esa época en A Coruña pero había más. Estaba también el Palace Hotel, ubicado en lo que ahora es el edificio de R, justo detrás del Obelisco. Empezó años después, en 1916, justo encima de lo que era el Café Oriental. Se anunciaba en los periódicos y revistas de la época con la ventaja de estar “situado en el punto más céntrico de la población” y presumía de estar “dotado de todo el confort moderno: lujoso mobiliario, ascensor eléctrico, intérprete, teléfono interurbano y automóvil a la estación y al muelle”.
El Atlantic Hotel llegaría algunos años después. El Ideal Gallego del 10 de julio de 1923 llevaba en portada la inauguración de las instalaciones, en plenos jardines de Méndez Núñez. Resaltaban el hermoso edificio, el mobiliario “construido por los señores Cervigón y Hervada”, los “espléndidos y elegantes comedores, un suntuoso hall” y unas “amplias habitaciones con un esmerado servicio de baños”.
Los tres establecimientos hoteleros eran sinónimo de lujo, atención esmerada y refinamiento. Estaban situados en pleno centro de la ciudad, a unos pocos cientos de metros los unos de los otros, pero también compartirían un mismo destino en sus carteles: la necesidad de cambiar de nombre para adaptarlo a una nomenclatura que tenía que ser mucho más patriótica.
Los nombres extranjeros, así como los de las lenguas que hoy son cooficiales en España, no solo no estaban bien vistos durante el franquismo sino que incluso llegaron a estar prohibidos. En 1939, con la llegada del nuevo régimen, se ordena por ley que todos los establecimientos con nombre extranjero pasen a ser denominados en Español.
Esto significa que muchos negocios tuvieron que cambiar su nombre y españolizarse. Eso fue lo que les pasó, entre otros, a estos tres hoteles. De esta forma, el Gran Hotel de Francia, que acabaría convirtiéndose, en un giro mucho más patriótico, como correspondía a aquel momento, en el Hotel España.
Por su parte, el Palace Hotel acabaría convirtiéndose en el Palas, en un alarde de practicidad en el que los clientes desconocían si estaban adoptando el nombre tal cual sonaba o si, por el contrario, se trataba de una referencia a Palas Atenea o a Palas de Rei.
El Atlantic, cuyo precioso edificio acabaría derribado, resurgiría en el mismo lugar, con unas instalaciones más funcionales, con un nombre mucho más español: el hotel Atlántico. Sería inaugurado por el entonces ministro de Información y Turismo de Franco, Manuel Fraga Iribarne, el 21 de julio de 1968. Ese mismo día, el que años después sería presidente de la Xunta también acudió a la apertura del nuevo hotel España, que se cambiaba desde el edificio donde había estado siempre y cruzaba la calle hasta el número 7 de Juana de Vega, en donde estuvo hasta el año 2007.
La normativa franquista no solo afectó a los negocios como el cine Savoy que, según afirma Carlos F. Santander en sus ‘Historias de A Coruña’, pasó a ser el Yavoy, sino también a sociedades como el Sporting Casino, que pasó a denominarse durante esos años como Casino de La Coruña, al igual que sucedió con algunos clubs de fútbol y con quienes tenían nombres en gallego con su correspondiente equivalencia en castellano.
La normativa franquista de españolizar los nombres estuvo en vigor durante muchos años, hasta principios de los setenta. En el caso de estos hoteles históricos, tanto el Palas como el España ya han pasado a la historia, solamente ha sobrevivido, aunque en otro edificio con menos encanto, el Atlántico.