Después de cerca de dos años cerrado al público, ayer se abrieron las puertas del jardín de San Carlos para todos los que quieran caminar bajo las sombra de los seis árboles centenarios que aún subsisten. El resto, 14, han sido talados al haber contraído la enfermedad de la grafiosis. Sin embargo, si los coruñeses quieren disfrutar de esta experiencia, es mejor que no se demoren mucho: alguno de los árboles supervivientes están mostrando ya signos de enfermedad y es muy probable que también caigan bajo la motosierra en los próximos meses, haciendo del jardín un lugar mucho más luminoso y, paradójicamente, más triste.
La concejala de Medio Ambiente, Noemí Díaz, no quiso confirmar este extremo. Se limitó a señalar que se están haciendo las pruebas pertinentes, dado que la primavera es el momento adecuado para hacerlas. Aun así, expertos independientes afirman sin lugar a dudas que se pueden advertir síntomas de grafiosis en el follaje, que amarillea en medio de la primavera. “La enfermedad (un hongo) va estrangulando los vasos de la planta, haciendo que no le llegue la savia. Va muriendo por partes”, explican.
CIFRAS |
20 ejemplares |
200.000 euros |
La alcaldesa fue la primera en atravesar sus puertas. Inés Rey estuvo acompañada de la concejala de Medio Ambiente, Noemí Díaz, y paseó por el espacio verde. Tras plantar ocho olmos procedentes de un vivero alemán y que son resistentes a la grafiosis, se dan por concluidos los trabajos, aunque la muralla que sostiene al jardín todavía sigue cubierta por una red. Rey aprovechó para hacer un repaso de todo lo ocurrido hasta la fecha, recordando que en noviembre de 2022 se había recuperado el trazado original del jardín, y se habían rehabilitado los elementos históricos.
Durante una inspección rutinaria se descubrió la grafiosis. En 2023 se talaron los tres primeros olmos, que fueron sustituidos por otros de una variante resistente a esta enfermedad. La regidora hizo hincapié en los esfuerzos del Ayuntamiento por contener la plaga: tratamientos experimentales, insecticidas ya conocidos, zanjas en la tierra para evitar que el mal se contagiara por las raíces, etc. Todo fue en vano, porque es una enfermedad voraz que transmite un escarabajo exótico y que ha devorado todos los olmedales de Europa.
Así que el año pasado se talaron diez árboles más en un esfuerzo por detener su expansión. En 2024 se lanzó un plan de rehabilitación integral con estudio arqueológico de la muralla incluido. Durante el proceso se encontraron restos de la antigua batería que formaba parte de las defensas de la ciudad, así que Patrimonio indicó que había que recolocar los nuevos olmos.
Al final, por motivos de espacio, solo hay 17 olmos, y no los 20 originales. Por supuesto, los nuevos son de mucho menor porte, de hasta ocho metros de altura, lo máximo que se puede plantar con éxito. “A realidade é que este é o último olmedal de Europa. As especies exóticas propagadas polo cambio climático son as causantes”, concluyó Rey.