Esa gran verdad que dice que los viejos rockeros nunca mueren habría que hacerla extensible a los grandes artistas. Y es que, camino de los 60 años, Chayanne logró abarrotar el Coliseum para, en más de 25 temas (algunos incluidos en medley), repasar casi cuatro décadas de una música sin fecha de caducidad.

Pasados sólo tres minutos de la hora prevista el puertorriqueño emergió del fondo de un vasto escenario. De negro integral, chaqueta de brillos y un foco blanco apuntando a su ascenso, emuló la estética de Michael Jackson. La reciente ‘Bailemos otra vez’ fue un mensaje de bienvenida y una invitación a una ciudad que a los dos minutos ya entró en éxtasis con el ritmo que le sobra, igual que a Salomé, así como con el Boom Boom de sus corazones.

Con el Coliseum exactamente donde quería, apareció el monstruo del escenario para comerse el show. Chayanne es música latina de autor, sin trucos y acompañado de una banda de artesanos que lo mismo realizaron versiones acústicas que llevaron las baladas a un punto de rock duro, con un solo de batería incluido, como en ‘Provócame’. Con casi media hora de espectáculo consumido se dirigió por primera vez a las 9.000 personas: “Buenas noches mi gente bonita, qué placer estar aquí en A Coruña. Ustedes manden que yo obedezco”. Acto seguido se enfundó en una bandera gallega.

Desde ‘Yo te amo’ a ‘Completamente enamorado’ el show pasó por una parte lírica en la que sus virtudes bailongas dieron paso a una intacta capacidad vocal. Sin autotune. Después de confesar que se volvía “a sentir virgen” (y eso que era su concierto 69 de la gira) anunció los hits que quedaban por delante: ‘Tiempo de Vals’, ‘Lo dejaría todo’ (quizás la quintaesencia de la balada novelera y del karaoke) ‘Torero’ y ‘Bailando Bachata’, las dos más aclamadas de toda la noche. Para esa última, además, subió a una coruñesa del público y, después de dos besos y unos pasos, se despidió diciendo: “Ve con ellos a mi camerino, que yo te alcanzo ahora”.

Y es que, como recordó antes de comerse otra vez el escenario: “No hay edad, no existe”. Y, después de más de dos horas, parece más que verdad.