Literatura

El ser que ves, alzada en el gemido del aire y el pliegue del papel, es la literatura: maestra de la humanidad. El arte de narrar, de «arquitectar» la palabra allí donde tenga cabida para dotar de sentido, no el discurso, sino al curso en sí de la epopeya del hombre sobre la faz de la tierra, y lo que es más importante, en la tierra de su íntimo ser, sentir y concebir. La literatura guarda con celo los secretos meandros del alma y la carne, en ella se puede oír o leer al ser en lo humano y también en lo inhumano. Se podía pensar que es un secreto, pero es todo lo contrario, es un misterio que busca desvelarse a voces, es más que se desespera por hacerse saber y entender, y no solo en lo que es, sino en aquello que imagina que es.


El hombre, aún el más reservado o tímido encuentra en la literatura una fuerza capaz de redimirlo para hacerlo transparente en lo que de otro modo sería incapaz de narrar, o consentirse hacerlo público, y quien obra ese milagro es la fuerza redentora que guarda la inviolable alma de la literatura, su amor por la belleza. Si narramos bajo ese criterio y a él le unimos su imperiosa necesidad de ser honesta, no cabe sino pensar que cuando hablamos de literatura hablamos de sana delación, de develación, de revelación, de rebeldía en nuestra verdad.


La literatura es redención para una salvación imposible, la de desvelar la razón última de nuestro ser y su mundano quehacer, la existencia.

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