Llevábamos meses penando por recuperar la normalidad, ¿no? Pues no hay nada más normal que una huelga de transporte que provoque caos, aglomeraciones, casi hacinamiento y mucha tensión. La sal de la vida, vamos. Y todavía habrá quien se queje... Que si los maquinistas de Renfe hacen huelga contra la empresa pero los perjudicados somos los usuarios –como en casi todas las huelgas, ahí está la clave–, que si es una vergüenza la mala planificación de los servicios mínimos, que si menudos caraduras los que tenían que presentarse a trabajar (en los servicios mínimos) y no lo hicieron, que si están jugando con nuestro tiempo... Pues eso, normalidad absoluta. Lo único que faltaba eran las caras de cabreo, que estaban, pero debajo de las mascarillas.