A lo mejor no

hay cosas que te cuesta trabajo escribir, prefieres evitarlas para ahorrarte quebraderos de cabeza y algunos insultos de los que proliferan por redes sociales desde el anonimato más cobarde. Lo cierto es que cuando uno se pone al teclado para crear un texto que va a llegar a las manos de todos ustedes adquiere un compromiso honesto que obliga a compartir pensamientos incluso incómodos como es el caso.


Se nos llena la boca de decir que tenemos la juventud mejor formada de la historia de la humanidad, jóvenes que acumulan títulos universitarios, masters e idiomas y eso está muy bien si lo que se pretende es impartir conocimientos y que nuestros hijos sean poseedores de datos al modo de computadoras que almacenan conceptos al margen de valores o sentimientos tratando los contenidos sin empatía alguna, sin humanidad sin un principio básico de solidaridad. Una especie de máquinas humanas inmersas en un mundo competitivo que solo interpreta el éxito desde el materialismo sin alma.


Estamos viendo comportamientos inaceptables en torno a la pandemia que se traducen en contagios masivos que nos devuelven a los tiempos más duros de la lucha contra el Covid, los políticos se apresuran a decir que son una minoría, pero no es cierto, por toda España vemos fiestas y botellones acompañados de actitudes que nos ponen en riesgo a todos, incluso a ellos, a sus padres y abuelos, a sus amigos y esto no sucede una vez, cada día lo vemos en los informativos.


Se sienten inmunes y juegan con nuestras vidas y nuestras economías. Tampoco son ajenos a hechos violentos que en ocasiones acaban en desastres como el fallecimiento de Samuel y otras veces no acaban igual por algún milagro que hemos de agradecer.


Jóvenes que se citan en las calles para beber alcohol hasta acabar en urgencias con comas etílicos que, aunque no lo sepan, les dejarán huellas para siempre porque, como dice una sanitaria y gran amiga, “el cuerpo tiene memoria”. Niños que según revelan las estadísticas consumen pornografía desde muy temprana edad a través de las redes y renuncian a socializarse jugando con otros niños para entregarse a juegos virtuales individuales cargados de violencia que van conformando una personalidad que, más pronto que tarde, acabaran exhibiendo con resultados predecibles.


Frente a ellos claro que hay otra juventud y posiblemente mayoritaria pero silenciosa y silenciada, nunca son noticia porque el amarillismo es rentable para las audiencias televisivas, los titulares y los tiempos de televisión de máxima audiencia quedan para los “frikis” que sin mérito alguno son semillas de escándalos que también ayudan a acabar con los valores de nuestra sociedad. Hoy es más fácil triunfar siendo el sobrino del chofer de algún famoso de medio pelo que superando de forma brillante una carrera universitaria o profesional. Seguramente no toda la culpa es de los jóvenes, seguro, pero a la vista de la realidad, a lo mejor no son las generaciones mejor formadas de ninguna historia.

A lo mejor no

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