Junto a la tumba de Fraga

Junto a la tumba de Fraga

Ha pasado una semana y en Perbes aún no ha salido el sol. De no ser por las no menos de veinticinco coronas que sobreviven al paso del tiempo, nadie diría que allí, en la capilla de San Pedro, ha pasado algo. Ya no se escuchan las gaitas, ni los lamentos. Ya no hay curiosos, ni cámaras, ni fotógrafos. Hay una lápida nueva en una de las calles –de las dos calles– del camposanto: \“Manuel Fraga Iribarne. +15-1-2012. D.E.P. Bo e xeneroso...\”. Sencillo. Como sencilla es la tumba, el atrio, la capilla, el pueblo... El forastero que curiosea entre las flores despierta suspicacias. Nadie vigila, pero no gustan los extraños. No es costumbre, ni aquí, ni a doscientos metros, junto al muro de piedra de la residencia estival de los Fraga.

\“No somos nadie\”. Es un suspiro tan recurrente como cierto. Como que las dos Españas siguen apuntándose con el dedo siempre que pueden. Con cualquier excusa. Fraga ha muerto y una semana después, en la radio aún se porfía si fue un tirano o el santo hacedor de la democracia.
En Perbes no se escucha la radio. No se escucha nada. A la espera del próximo verano, la pequeña parroquia masca su letargo y se sacude el ajetreo de las honras fúnebres. Recupera la paz.

Epitafio > La paz reina en el pueblo y tiene su trono en el camposanto de San Pedro. Una semana después, la lápida está en su sitio. Un nombre, una fecha, un protocolario \“descanse en paz\” y un epitafio: \“Bo e xeneroso...\”
No es, ni mucho menos, el panteón más suntuoso del cementerio. Los hay con enormes lápidas de mármol negro, con cuidados relieves e historiadas imágenes virginales. Tampoco es el más discreto. Sin rebuscar, a su derecha, cemento desnudo y un doce escrito a tiza demuestran que la miseria también habita en el más allá.
Nadie vigila, pero la presencia de un extraño ha hecho saltar la alarma silenciosa.

El sacristán aparca en la puerta, se asoma, observa con discreción y se va. Nada que temer. Otro que se ha dejado traer por la curiosidad.


Poliédrico. Como los testimonios de pesar. Coronas que luchan por sobrevivir en tierra de muerte. Una con la bandera gallega, del Partido Popular de Galicia; una con la española, del \“concello\” de Miño. Una de Morena Films, otra del Grupo Gadisa, una más de Carlos y familia de Camelle. La de Alejo Prieto y la de Cándida Salgado; la de la Fundación Tomás Moro y la de Mahoud Abbas; la del PP de Motril y la del distrito madrileño de La Latina...
Allá abajo, la residencia de los Fraga Estévez, cerrada a cal y canto, embutida en seguridad. Y la puerta que lleva al mar, oxidada.

Junto a la tumba de Fraga

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