Se nota que la de ayer no fue la primera. Ni la segunda. La maquinaria de las huelgas generales está bien engrasada. Los sindicatos se saben la fórmula. Una concesionaria de la basura vale más que veinte droguerías; un Inditex, el triple que ocho Zara; un centro comercial dobla a todas las boutiques de la ciudad, y el polígono de Pocomaco triunfa sobre la avenida de Os Mallos y Orillamar juntos.
Los palos dan mala imagen y los petardos no hacen amigos. La silicona se ha pasado de moda y triunfan las \“compañeiras\” de tacón alto sobre los camaradas de pava de Farias.
el ejecutivo afirma que la modificación es necesaria para que la economía vuelva a crecer
En su justa medida > Los mismos que con el sol azotando el mercurio hasta los 21 grados se separaban para manifestarse bajo su bandera habían compartido piquete –el piquete único– durante parte de la madrugada. Una vez conquistada Cespa no había más que hacer.
Mientras los \“novatos\” del 15-M se partían el cobre en la puerta de Atento o le daban carnaza a la Policía tratando de cerrar a los que siempre están abiertos, los viejos guerreros del megáfono echaban cabezadas a la espera de otro gran objetivo.
Las huelgas generales ya no se pelean en penumbra. Hasta la hora de bloquear la estación de autobuses, las cocheras de Tranvías o los polígonos no hay mejor opción que descansar. Dejad que los bares fluyan. En el Orzán no hubo huelga general, y el piquete por el que el Delicias cerró sus puertas no quería bronca; quería cazalla.
los sindicatos hablan de indiscutible éxito de la huelga y exigen rectificaciones a Rajoy
A Coruña vivió ayer una huelga de guante blanco, sin rasguños, sin detenidos y con el ruido necesario para distinguirla de un Viernes Santo. Con la holgura suficiente para que todos levanten los dedos índice y corazón sin irritar al prójimo.
Y sin asfixiar al pequeño, que también está en su derecho de sentirse ultrajado. En la guerra de porcentajes la Policía no disparó ni una pelota de goma, y la prole hinchó pecho Cantón adelante, mientras el mostrador de denuncias cerraba la jornada con el contador a cero. Una lección de civismo sazonada con la dosis justa de caucho quemado y menos contenedores destrozados que en una madrugada de Carnaval.